La filosofía, una forma de vida

El jueves pasado se conmemoraba el Día Mundial de la Filosofía, pero no se promueve su cultivo con vanas conmemoraciones públicas

"Una mirada incluso trivial a la historia nos revela que el cultivo de la filosofía ha sido especialmente fructífero -y necesario- en momentos de crisis".
"Una mirada incluso trivial a la historia nos revela que el cultivo de la filosofía ha sido especialmente fructífero -y necesario- en momentos de crisis".

La filosofía es como un paraguas: algo que normalmente pasa desapercibido, pero a lo que no tenemos más remedio que echar mano cuando arrecia la tormenta. No en vano, una mirada incluso trivial a la historia nos revela que su cultivo ha sido especialmente fructífero -y necesario- en momentos de crisis, es decir, cuando embisten con vigor las olas y el barco está a punto de naufragar.

A la filosofía le ocurre, por otro lado, lo que es habitual: su encomio, con frecuencia, lo incoan sus peores enemigos. Siguiendo esa tónica, el pasado jueves, el segundo de noviembre, se celebró el Día Mundial de la Filosofía. No he tenido ganas de seguir la conmemoración para ahorrarme los disgustos, ya que temo que suceda lo mismo que como con las jornadas dedicadas al libro o a los museos, en las que el entusiasmo esporádico esquilma el aura de lo que otros veneran sin atender al calendario. La pasión y el amor no reparan en la fecha.

Más irritante es que haya coincidido el evento con las noticias acerca del destino de la filosofía en los planes de estudio. Aunque confieso que me pierdo en la profusión legislativa, la preceptiva solemnidad anual, aplaudida por unos y otros, no ha servido para mejorar la suerte de esa asignatura tan imprescindible, según declaran públicamente nuestros políticos, aunque estos, por propia experiencia, saben que lo más letal es siempre eso que se llama el fuego amigo.

Por suerte, la filosofía no necesita los homenajes oficiales porque el filósofo -el auténtico- se sitúa al margen, donde acampa el espíritu de independencia. Resulta posible leer su historia al modo de un relato de las ideas o bien de la libertad, a veces trágica -recuérdese la muerte de Sócrates- y otras inolvidablemente mordaz, como cuando Diógenes demanda a Alejandro que no le haga sombra.

“La filosofía no necesita los homenajes oficiales porque el filósofo -el auténtico- se sitúa al margen, donde acampa el espíritu de independencia”

Se puede filosofar con belleza, al modo de Platón. O más sistemáticamente, sin ahorrar la aridez, como Kant. Incluso a martillazos, siguiendo a Nietzsche, así como a través de un poema memorable, bajo la batuta de Lucrecio. También es posible ser filósofo sin saberlo, como ese río innumerable de sabios, apartados de los títulos académicos, que jalona la historia del mundo y la de nuestra vida.

No estoy seguro de si ha hecho más daño a la filosofía ese encumbramiento oficial que la esteriliza o el adocenamiento provocado por su vulgarización. Deberíamos encontrar, para salvar su futuro, un término medio, evitando la ineficacia a la que le condena el engatusamiento político, pero también el estilo quinceañero, muy americano, que confunde el filosofar con lanzar preguntas triviales, expresar opiniones baldías o cuestionar las cosas con el ceño fruncido y rebelde del adolescente.

Me han contado, de hecho, que hay una serie en la que un profesor incurre en esa confusión, lo que me recuerda aquella ocasión en la que un conocido me dijo que a él también le gustaba leer filosofía: acababa de terminar El mundo de Sofía.

Hay dos cosas que el profesor, el titular de la asignatura o aquellos otros que, impartiendo otras disciplinas, tienen vocación por la filosofía, pueden hacer para promocionarla. Por un lado, poner al alcance de los alumnos las herramientas que se necesitan para que el espíritu filosófico fructifique. Es decir, enseñar a leer y a escribir, acercarles textos, explicándoles que hay preguntas que desvelan su sentido.

 

Por otro lado, es indispensable transmitirles que la filosofía no es una materia escolar, ni un ejercicio esotérico enfocado a desentrañar el misterio de las esferas empíreas, sino que sus preguntas -incluso las que, en apariencia son más abstractas- inciden y transforman la existencia. Olvidar que la filosofía es una forma de vida es una de las más tristes contribuciones del mundo académico y la causa determinante de su declive contemporáneo.

 

“Olvidar que la filosofía es una forma de vida es una de las más tristes contribuciones del mundo académico y la causa determinante de su declive contemporáneo”

Tales cayó en un pozo porque no podía quitarse de la cabeza el esplendor del cielo azul. Wittgenstein renunció a una cuantiosa herencia y trabajó de jardinero en un monasterio. Estas son algunas de las anécdotas que demuestran que la filosofía no deja indiferente y que encarnada en una biografía es como se logra transmitir ese amor infinito por la verdad, la belleza y el bien capaz de transformar el itinerario vital, convirtiéndolo en una búsqueda infinita y apasionante.

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