Filosofía perenne

Entre los maestros del pensar sobresale Santo Tomás de Aquino, que conmina al hombre -también al de hoy- a abrirse a la maravilla de lo real

Hay que poner en el PIE esta frase:
"Lo primero que uno descubre leyendo a Santo Tomás es que la filosofía -pensar- es algo más que vomitar ocurrencias sensibleras en Twitter".
Hay que poner en el PIE esta frase: "Lo primero que uno descubre leyendo a Santo Tomás es que la filosofía -pensar- es algo más que vomitar ocurrencias sensibleras en Twitter".

He intentado leerlo con prejuicios y sin ellos, a favor y buscando un desliz. Pero no lo he conseguido. Siempre gana. Se sabe que Santo Tomás de Aquino es uno de los principales filósofos del mundo occidental, pero por esas cosas que tiene la historia -y mucha culpa, hemos de reconocerlo, la tienen los neotomistas- pasa casi siempre desapercibido. Es, por desgracia, uno de esos autores muy mal -y poco- citados y a los que se recurre poco, pese a la potencia de su pensamiento.

Hay muchas razones para consultar y estudiar hoy sus sesudas obras, muchas no confesionales. Cierto es que, por ejemplo, según Josef Pieper, un tomista de carta cabal, lo más sobresaliente de su obra son sus comentarios al Nuevo Testamento, pero engañaría quien dijera que es un filósofo exclusivo para cristianos.

Sobre la supuesta existencia de la filosofía cristiana debatieron mentes insignes no hace tanto: por ejemplo, Heidegger dijo aquello tan ocurrente de que la expresión era tan incomprensible y contradictoria como “hierro de madera”. Gilson, menos dado a las taumaturgias del lenguaje que el alemán, alegó que la confluencia de cristianismo y filosofía había sido un evento revolucionario y terapéutico tanto para la fe como para la razón.

“Es razonable que el sujeto descreído se pregunte qué puede aportarle un fraile como Santo Tomás a él, hijo de su tiempo: posmoderno y light”

Con todo, es razonable que el sujeto descreído se pregunte qué puede aportarle un fraile del siglo XIII, bastante rollizo, orondo como un tonel, y acostumbrado a largas horas de oración, a él, hijo de su tiempo: posmoderno, light, con ojeras de ver Netflix, preocupado por el medio ambiente y algo narcisista.

¿Qué es, pues, lo que se gana?Dejada al margen la cuestión de Dios, lo primero que uno descubre leyendo a Santo Tomás es que la filosofía -pensar- es algo más que vomitar ocurrencias sensibleras en Twitter. O sea, puede venir muy bien dar vueltas a los argumentos del de Aquino para apartarse de muchos cantamañanas -podría darles nombres, pero prefiero morderme la lengua- que twittean obviedades, eso sí, mostrando la foto de una Moleskine y una taza de café.

“Hoy lo que nos enseña la filosofía tomista es a abrir los ojos y prestar atención a lo que nos rodea”

No. Pensar es muy serio y aprender a hacerlo requiere seguir un modelo tan riguroso como las Sumas del Aquinate. Mucho antes de que Popper viniera a decirnos eso de la falsación o de que, en el plano psicológico, Kahneman nos alentara a pensar despacio para paliar el peso de nuestros sesgos, ahí estaba Santo Tomás para enseñarnos siempre a plantearnos que el otro puede tener razón. ¿No es conmovedora su manera de oponerse al sesgo de confirmación cuando, ante la pregunta sobre Dios, contesta nuestro fraile afrontando las objeciones que niegan su existencia?

Es importante mostrar la rigurosidad de la filosofía porque se corre el riesgo de que los alumnos crean que la cosa va de ser un poco como el profesor de la serie Merlín. Pero más allá de ello, resulta tentador echarse en brazos del autor de la Suma teológica para recuperar la noción de persona. Para Tomás, esta hace referencia a una nobleza existencial que reclama, por ello, un deber absoluto de respeto. Kant sostuvo que no se puede instrumentalizar a las personas, pero siglos antes Santo Tomás ya dio en el clavo al afirmar su estatuto ontológico, su condición de fin.

 

Aunque a simple vista se pudiera temer el contenido de la propuesta moral del tomismo, en realidad uno sale reconfortado con su propia naturaleza. Santo Tomás no impone normas ni decreta prohibiciones, sino que razona sobre los fines específicos de nuestra especiee indica el camino para realizarnos a partir de las inclinaciones humanas. El objetivo es la bienaventuranza, una felicidad frente a la cual el hedonismo, verdaderamente, sabe a poco.

Sobre Santo Tomás se cuentan muchas anécdotas. Por ejemplo, se dice que, debido al tamaño de su barriga, trabajaba en una mesa con un hueco para acomodarla. De todas las leyendas, las que me parece que trasluce más sus valores son las que reflejan su ingenuidad. Si se tienen en cuenta todas sus aportaciones y su carácter cándido, confiable, inocente no solo se resalta su santidad, sino su profundo convencimiento de que la verdad era algo que el hombre podía conocer.

Al recorrer los caminos que propone Santo Tomás, uno termina llegando siempre a lo real. Parece paradójico, pero no lo es porque sabía que nuestras principales aspiraciones -la verdad, la belleza, el bien- arraigan al otro lado, más allá de nuestra conciencia. Hoy lo que nos enseña su filosofía es a abrir los ojos y prestar atención al mundo, pues los principios básicos que rigen la razón son los mismos que gobiernan lo real.

Así, apelando a la estructura de la realidad, es como suelen terminar sus argumentaciones. Hegel dijo, al darse cuenta de que la realidad a veces era indómita y rebelde, remisa a adecuarse a su lógica impoluta, “peor para la realidad”. Santo Tomás, tan denostado, nos enseña, conel rigor del pensar, que en esos casos el que siempre pierde y se desnorta es, por desgracia, el hombre.

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