Francis Fukuyama: fortalezas y debilidades de la democracia liberal

El autor de ‘El fin de la historia’ escribe ahora para salvar la democracia liberal y garantizar su atractivo

“Si han crecido los populismos es por la orientación economicista de la política y el crecimiento de las desigualdades que eso ha provocado”.
“Si han crecido los populismos es por la orientación economicista de la política y el crecimiento de las desigualdades que eso ha provocado”.

Aunque se le acusa de haber decretado el fin de la historia, en realidad ese mérito no pertenece a Francis Fukuyama, sino a un filósofo tan enigmático como desconocido: Alexandre Kojève. En unas lecciones sobre Hegel abarrotadas, allá por los treinta del siglo pasado, este intelectual ruso, que más tarde desempeñaría un papel central en la construcción de la UE, desgranaba la Fenomenología del Espíritu como si fuera el catecismo del mundo moderno.

Se ha dicho que Kojève es la figura central de la filosofía del siglo XX porque a sus clases acudían en masa la generación que, más tarde, al calor de los sesenta, proclamaría la muerte del hombre. Para comprender la fascinación que aún hoy ejerce hay que unir su prestigio intelectual con una sospecha: se cree que fue espía soviético

A Fukuyama, ciertamente, le rodean menos incógnitas y algunos le acusan de simplificar la historia. Otros, desde los noventa, están al acecho de acontecimientos que les sirvan en la tarea de rebatir sus tesis. Con todo, solo los miopes y los frívolos han leído su ensayo sobre la historicidad como si el politólogo de origen asiático hubiera dicho algo que, en realidad, nunca dijo: que el tiempo, en 1989, se detuvo.

Francis Fukuyama sugiere que las instituciones, los derechos y la acción del hombre dotan a nuestras democracias de una ventaja competitiva frente al resto de sistemas políticos

Si no fue eso, entonces, ¿qué es lo dijo en realidad? Fukuyama, al socaire del fin de la Guerra Fría, simplemente constató que, a juzgar por lo ocurrido, el modelo democrático liberal tenía pocos contendientes. No es que, de hecho, fuera el único sistema político, ni que la tiranía desapareciera. Se limitó a negar que existiera, en términos políticos, ofertas tan valiosas como las construidas en el occidente moderno

Cuando habla de liberalismo, Fukuyama se refiere a algo muy preciso. Alude a un modelo político trufado de multitud de valores, pero erigido básicamente sobre tres pilares: gobierno responsable y controlado, administración pública eficaz y Estado de Derecho

Dentro de unos pocos días saldrá al mercado americano un nuevo ensayo firmado por el discípulo de Samuel Huntington que confirma esta interpretación. En efecto ¿por qué se lanzaría a escribir una nueva obra en defensa del liberalismo si este fuera la única forma política viable? Si sale para reivindicar aquellos regímenes libres que tuvieron la suerte de ganar cuando se desplomaba el muro de Berlín es porque algo le dice que el futuro político no está aún cerrado a cal y canto.

En Liberalism and its discontents, que es como se titula su nuevo libro, Fukuyama vuelve a insistir en la superioridad de la democracia occidental. Interpreta la historia de la libertad política en clave evolucionista y sugiere que, de algún modo, las instituciones, los derechos y la acción del hombre dotan a nuestras democracias de una ventaja competitiva frente al resto de sistemas políticos. Tenga o no razón, no puede negar que, a pesar de ello, han brotado también otros modelos y que incluso la reputación del liberalismo, por diversos motivos, no atraviesa sus mejores momentos.

Y es que, en efecto, para Fukuyama los regímenes políticos son como organismos, por lo que pueden enfermar. A su juicio, una de las causas del declive liberal tiene que ver con el distanciamiento entre gobernantes y gobernados, así como con lo que, en uno de sus ensayos más voluminosos, llama la “comitocracia”, es decir, el enclaustramiento de la acción política en camarillas, comités o unidades de expertos que, con poca capacidad representativa, son finalmente quienes deciden el rumbo de la nave pública.

 

La crisis de nuestro modelo de convivencia no surge porque existen otras ofertas en competencia, sino por sus debilidades internas

Sea como fuere, nada de lo dicho contradice su tesis del fin de la historia, ni sirve para cuestionar la preponderancia histórico-política que, a juicio de Fukuyama, tiene el liberalismo. Entre otras cosas, no contribuye a hacerlo porque la crisis de nuestro modelo de convivencia no surge porque existen otras ofertas en competencia, sino por sus debilidades internas.

Dicho de otro modo: por la complacencia. El liberalismo muere, pues, de éxito. Languidece y deja de ser atractivo porque cesa de preocuparse por atajar los fallos o deficiencias que tiene. Por ejemplo, si han crecido los populismos es por la orientación economicista de la política y el crecimiento de las desigualdades que eso ha provocado. Porque el liberalismo, en definitiva, ha sido distorsionado.

Se esté o no de acuerdo en la defensa del modelo liberal, hay una reflexión que merece la pena rescatar. Fukuyama deja claro que la defensa de una forma de vida como la nuestra no se puede basar en el cuento del coco, sino que debe sustentarse sobre su propio valor intrínseco. La alarma y preocupación ante las alternativas iliberales son poco contundentes para sustentar el valor propio de una forma de organización política. 

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