Los genios invisibles

‘El poder’, de G. Ferrero, es una lectura obligada para entender los entresijos y la historia política

“No se obedece a un poder por su firme vigor, ni siquiera por las violentas sanciones que podría acarrear conculcar sus mandatos. Se asiente al poder legítimo”.
“No se obedece a un poder por su firme vigor, ni siquiera por las violentas sanciones que podría acarrear conculcar sus mandatos. Se asiente al poder legítimo”.

Los genios invisibles: Así llamaba Ferrero a esas fuerzas casi imperceptibles, en cierto sentido mágicas, de las que depende que una sociedad aplauda a la autoridad o decida liquidarla. Sabía de lo que hablaba por un doble motivo: porque había escudriñado, como muy pocos, los vericuetos históricos del poder, de Roma a Napoleón, y porque fue contemporáneo -y crítico, con todo lo que eso conllevaba- de Mussolini

Sabemos que un libro es clásico cuando vemos que resiste la relectura. Cuando, como un vino añejo, los frutos que rinde son más exuberantes y distinguimos sus variados matices o sabores. Así ocurre con el ensayo de Ferrero sobre el poder (El poder. Los genios invisibles de la ciudad), que Tecnos ha reeditado recientemente con la traducción e introducción de Eloy García. Y hoy, en un momento en que se habla tanto -y con tantos malentendidos- sobre el populismo, así como acerca de las exigencias democráticas, las reflexiones de Ferrero adquieren una inquietante actualidad.

Ferrero es, digámoslo así, un digno sucesor de Maquiavelo. Pero no por lo que pudiera pensarse, sino más bien debido a su sagacidad a la hora de entender los engranajes del poder. Como el florentino, también está empeñado en que sus disquisiciones nazcan -y terminen- con datos procedentes de la experiencia. De la historia. 

Ferrero nos descubre que el poder es fuerza, pero advirtiendo al tiempo de las peligrosas carencias de un poder que descansa meramente en la coacción

Entre otras cosas, lo que nos descubre es que el poder es fuerza, pero advirtiendo al tiempo de las peligrosas carencias de un poder que descansa meramente en la coacción. Para permanecer, para no ser tan débil como una pompa ni estar al albur de los vientos o arrebatos que anhelan pincharlo, tiene que arraigar en el entramado del inconsciente colectivo.

En efecto, no se obedece a un poder por su firme vigor, ni siquiera por las violentas sanciones que podría acarrear conculcar sus mandatos. Se asiente al poder legítimo. Entendida de este modo, la legitimidad es tanto lo que procura la obediencia del súbdito, como también lo que exonera del miedo a quien ejerce el poder.

En su magnífico repaso por los últimos siglos, Ferrero, que tuvo que exiliarse y murió en 1942, estimula la rica imaginación de sus lectores con reinterpretaciones históricas inolvidables. Recapitula, ciertamente, lo que ya sabemos, pero profundiza en las razones políticas de los tumultuosos cambios que destronaron a los monarcas absolutos y condicionaron la transformación democrática de nuestras sociedades.

Confieso que hasta que no leí El poder no pude comprender en toda su magnitud lo que supuso la Revolución Francesa ni el Imperio napoleónico. Tampoco la restauración, para ser francos. A la hora de explicar la historia, Ferrero es un maestro: conciso, claro, riguroso. Explica, en este sentido, que los cambios y las revueltas son fruto del endemoniado juego de los genios invisibles.

La legitimidad es tanto lo que procura la obediencia del súbdito, como también lo que exonera del miedo a quien ejerce el poder

 

En efecto, en principio, cuando las cosas van bien y está engrasada la maquinaria, el poder y la obediencia no descarrilan. Eso es lo que explica la gobernabilidad y los periodos, más o menos largos, en los que el régimen político disfruta de estabilidad. Pero los genios a veces se rebelan y entonces aparece el miedo y se adivinan en el horizonte las nubes de la revolución.

Dejemos que hable el propio Ferrero: “Las luchas por el poder ocupan un lugar tan destacado en la historia por una razón más profunda que el simple deseo de mejorar el Estado: la causa son ciertas fuerzas que actúan en el interior de las sociedades humanas e impiden que estas cristalicen en formas definitivas”.

Esas fuerzas, sí, son los genios. El sino de todo poder es domeñarlos, garantizando su legitimidad y, por tanto, la obediencia de quienes dependen de él. Si los genios se desbocan es porque quiebra el asentamiento y el poder, para no desintegrarse, tiene que buscar medios que lo refuercen. Ahí pueden aparecer las tiranías, que no son más que respuestas desesperadas detenta el poder para no perderlo definitivamente.

A Ferrero le interesa sobre todo profundizar en el cambio que supone la sustitución de la legitimidad aristocrático-monárquica por la democrática. Con su lectura, da en el clavo y contribuye a entender nuestra contemporaneidad política. Y es que es fácil creer que libros como este -o como El príncipe de Maquiavelo- están destinados a los poderosos o a los políticos profesionales.

Se trata de un error: si interesa a alguien conocer la dinámica de crecimiento y descomposición de la autoridad o las entretelas de la legitimidad o legalidad es a nosotros, a los ciudadanos. No hay otra forma de garantizar nuestra libertad, ni de mantener nuestras aspiraciones políticas.

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