La insurrección de Beethoven

La mejor manera de celebrar el 250º aniversario del nacimiento del compositor es recordar de nuevo sus sonatas y sinfonías

Ilustración: Sobrino & Fumero.
Ilustración: Sobrino & Fumero.

Desde que nació el psicoanálisis se han intentado ofrecer todo tipo de explicaciones para dar cuenta de la genialidad, pero estamos lejos de comprender lo que supuso Beethoven. Cuando murió, sus vecinos y amigos se lanzaron a cortar sus rizos como si estuvieran en presencia de un santo, y eso que, por lo que sabemos, no destacó precisamente por su afabilidad. Vivió atormentado y entregado obsesivamente a su pasión: la música. Únicamente podemos sospechar lo que se encontraba en su interior, más allá de su cabello borrascoso, gracias a la intensidad de sus composiciones.

Probablemente a este revolucionario de la música, cuyo nacimiento conmemoramos el próximo 16 de diciembre, le avergonzaría que antepusiéramos, como se hace con frecuencia, su dramática trayectoria vital a su música. Para él solo existían las notas y el paisaje del pentagrama. Y, en verdad, todo lo que podamos decir acerca de él -de su triste infancia, del alcoholismo de su progenitor, de su sordera- es intrascendente si lo comparamos con el universo que dio a luz.  

El mundo nunca alcanza la altura de los genios. Beethoven Innovó tanto en el teclado y resultaban tan complejas las melodías que sonaban en su cabeza, que no había instrumentistas en Europa capaces de articularlas. Su ambición musical se fue manifestando paulatinamente, aunque sus primeras composiciones muestran ya la irrupción de lo nuevo, como si en su entramado tonal se fuera desvaneciendo el rastro de Haydn, de Mozart, del clasicismo y asistiéramos a la insurrección de las pasiones. 

“Beethoven elevó la música a la sublime categoría arte, lo que significa que, tras su muerte, ya no pudo entender lo musical como un mero entretenimiento”

 

De lo que no hay duda es de que en el compositor de Bonn eleva la música a la sublime categoría de arte, lo que significa que, tras su muerte, ya no pudo entenderse lo musical como un mero entretenimiento. Ni los cuartetos, y mucho menos las sinfonías, dejan indiferente a quien las escucha. Exigen siempre un esfuerzo renovado porque lo que Beethoven intenta es alejarse de la música como bálsamo de fondo; para él, es siempre algo arrebatador, palpitante, conmovedor

Cuando en Europa comienzan las revoluciones y el continente se estremece al son de los cañonazos, aparece Beethoven para incendiar y sacudir la música. Pero él no fue inmune a la crisis -todo genio tiene la suya-. En su caso, le vino en forma de sordera, lo que no deja de ser una ironía cruel del destino. Obligado a vivir como exiliado entre los hombres, atrabiliario, desabrido, Beethoven, sin embargo, fue capaz de componer la Novena sinfonía y dejar a la posteridad una obra, como dijo Leonard Bernstein, catártica, con suficiente fuerza como para hacer que nos enamoremos de nuevo de la grandeza del hombre. 

Recluido a las afueras de Viena, en 1802 el músico, que había alcanzado la desesperación, se plantea el suicidio e incluso redacta su testamento, cuyo contenido se hizo público tras su muerte. Pero genio es no solo aquel que innova sin ser entendido, sino también el que se presta a convertir en arte su propia tragedia. La música de Beethoven es radical y violenta, grave, vehemente, sin dejar de ser en otras ocasiones de un lirismo estremecedor. En ella presenciamos la lucha sin cuartel del creador y cómo este se abre paso a golpes en los ascendentes y armonías.  

Como romántico, a Beethoven le tocó la tarea de expresar a través de los instrumentos los principales sentimientos humanos. Es esa tonalidad emocional, la seriedad concentrada, que refleja en sus movimientos, en sus repeticiones, en sus cambios de intensidad lo que más aprecian los críticos. Por decirlo en una sola frase: llevó al lenguaje musical hasta el límite.

 

“Es esa tonalidad emocional, la seriedad concentrada, que refleja en sus movimientos, en sus repeticiones, en sus cambios de intensidad lo que más aprecian los críticos del compositor alemán”

 

Pero, teniendo en cuenta que su producción es inabarcable, ¿por dónde comenzar a escucharle? Por suerte, al convertir la música, más que ningún otro compositor anterior, en un lenguaje universal, no es necesario tener muchos conocimientos para adentrarse en su mundo. Pero sí que es preciso superar el prejuicio, tan contemporáneo, de acuerdo con el cual la música ha de seguir un ritmo facilón y repetitivo, simplista.

Antes de aproximarse a esas épicas creaciones que son las sinfonías, conviene frecuentar las sonatas para piano, del que fue un reconocido virtuoso. Compuso más de treinta y son, en su mayor parte, composiciones íntimas, que adelantan tanto motivos del propio compositor como el desarrollo ulterior de la expresión musical. “Claro de Luna”, que compuso enamorado, es una buena introducción a esa parte de su legado. 

Es imprescindible, asimismo, conocer algún cuarteto, como el nº 14. O acercarse a alguna parte de Fidelio, la única ópera que compuso. Pero no podríamos hacernos una idea de lo que supuso para su genialidad sin detenernos en sus sinfonías, pues es en ese campo donde verdaderamente marcó un antes y un después. La nº 3 (“Heroica”), aunque criticada en su época, es la que da nacimiento a una nueva forma de entender la música. Junto a ella, nada mejor que volver a escuchar, en este aniversario, la 5º, cuyo primer motivo de cuatro notas es tan reconocible para el gran público 

Pero la altura de un genio no se mide solo por sus contribuciones, por importantes que estas sean. Lo interesante es si, al cabo del tiempo, todavía vemos que las sendas o los caminos por él iniciados continúan siendo transitables para la posteridad. Dicho de otro modo, si sus logros han sido superados. En el caso de Beethoven, estamos lejos de habernos elevado a la altura de esta fuerza titánica que resume todo el pasado, el presente y el futuro de la música.

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