Intelectuales de izquierda: ¿Desencanto o traición?

Algunos pensadores y personajes públicos afines a la izquierda están siendo criticados por cuestionar la labor del gobierno y las tesis que mantiene la corrección política

“¿Qué ocurre cuando una ideología o un grupo político se desnorta, por ejemplo? ¿Quién traiciona a quién?”.
“¿Qué ocurre cuando una ideología o un grupo político se desnorta, por ejemplo? ¿Quién traiciona a quién?”.

También entre las ideologías existen puertas giratorias. Y no solo los políticos las franquean. Hay intelectuales y personajes públicos que cambian de chaqueta con facilidad porque la política es un mercado donde cotizan las convicciones, con sus altas y sus bajas. Tampoco se puede decir que escaseen las opciones a futuro y hay ocasiones, como en periodos de vorágine electoral, en que estallan las OPAS.

El buen ciudadano es el que desconfía del poder. De ahí que se agigante la sombra de la sospecha cuando buscamos razones para explicar por qué alguien muda de lugar en la foto. En algunos casos, las oscilaciones ideológicas son leves; en otros, se invierte por completo el escenario, produciéndose una suerte de revolución, pero en pequeño. Vestrynge, desde este punto de vista, fue tan diligente al recorrer el espectro político que le dio tiempo hasta para apearse de la corbata.

Nadie ha expresado mejor el cinismo de nuestra época que Groucho Marx, a quien se le atribuye esa frase memorable, tan ilustrativa de la codicia política: “Estos son mis principios, pero si nos le gustan tengo otros”. En este sentido, el Proteo de la modernidad fue, incuestionablemente, Tayllerand, la viva encarnación de que hay individuos ambiciosos con telarañas en la conciencia, de poco usarla, y deshabitados de escrúpulos.

Pero especificar si estas transposiciones son fruto del oportunismo, de la edad o de la metamorfosis espiritual, suele depender de la sensibilidad de cada uno. O sea, que si alguien de mis filas decide pasarse al enemigo es un traidor recalcitrante, pero si mi contrincante opta por el trayecto inverso, pensaré que se ha caído por fin del caballo ante la revelación de la verdad. Son las miserias de la tozudez política.

Ante la duda, lo más apropiado es plantearse “cui prodest”. Es fácil convertirse en hincha del equipo que ha ganado la copa, pero, salvo la honradez o la pasión, no hay motivo que explique por qué abonarse al que desciende.

A menudo es embarazoso precisar quién se ha movido, si uno o los otros. ¿Qué ocurre cuando una ideología o un grupo político se desnorta, por ejemplo? ¿Quién traiciona a quién? Desde hace décadas, la izquierda parece el Titanic: hay quienes, en misión suicida, han dado un golpe de timón, sin ver que el barco está cercado por colosales monstruos de hielo; otros, tal vez más razonablemente, se suben a una chalupa con las migajas que quedan de esa vetusta ideología. Y, en fin, los más románticos, sin despojarse de su violín, apuran un canto fúnebre y luctuoso mientras el agua les acaricia peligrosamente la barbilla.

Los que se hallan en una situación más delicada son los segundos. Como vivimos en ambientes obcecados y descreídos, a los que se han atrevido a censurar los vaivenes del gobierno o a mitigar el alcance de las utopías identitarias no paran de lloverles zurriagazos. Savater, Azúa, ahora más recientemente Cercas, Leguina o González han sido desterrados del Olimpo por los dioses que rigen los destinos de las ideologías.

No es la primera vez que se les somete a una ordalía. Hay un libro que realiza el trabajo previo a toda purga revolucionaria y aclara las desviaciones en que estos heterodoxos -y otros, como Muñoz Molina o Vargas Llosa- incurren. Allí, pasando por alto sus méritos –algo que parece afirmarse para realzar el valor del ensayo, cuando, en realidad, lo que revela es la supina ofuscación del autor- se les acusa tanto de hacer el juego al capitalismo como de revisionistas. Y eso es algo que ningún cancerbero de la línea fuerte puede perdonar.

Es posible que el arrebato revolucionario que caldeó su juventud se haya entibiado. O pasado, como ocurre con el sarampión. Pero en la trayectoria de estas figuras denostadas no se adivinan deserciones, sino preocupaciones acuciantes. En concreto, la incompetencia política y el problema de la unidad de España.

 

Savater confesó el pasado sábado que iba a votar a Ayuso; Cercas ha estado últimamente sometido al ataque nacionalista y Azúa, en muchos de sus artículos, ha deplorado el camino errático del gobierno.

A ello se añaden apreciaciones más sesudas, como las de Terry Eagleton, por ejemplo, un pensador comprometido que lamenta que la izquierda renuncie a la lucha social. Se ha dado cuenta de que los que levantaban el puño ahora llevan la batuta de batallas light o artificiosas. Lo mismo comenta Félix Ovejero en un importante ensayo: La deriva reaccionaria de la izquierda (Página Indómita).

Veleidad o no, se cuenta una anécdota de Keynes que refleja la situación que atravesamos. Alguien tuvo las pocas luces de hacerle un reproche, desconociendo que tenía tan afilada la lengua como la inteligencia. “Cuando los hechos cambian, tengo la costumbre de cambiar de opinión. ¿Usted qué hace en esos casos?”. Una pregunta que ridiculiza a quienes sufren de miopía ideológica.

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