La propuesta del estoicismo ‘mainstream’

La moda de la filosofía estoica (sosiego, moderación, orden, paciencia) muestra el hastío provocado por formas de vida frívolas o volcadas solo en aumentar el confort material

ilustración estoicismo
Ilustración: Sobrino & Fumero.

Hubo un momento en el pasado en que la filosofía se cultivaba en alpargatas, en la esquina de cualquier calle o junto a un puesto en el mercado. Incluso dentro de un tonel. Se cuenta que Diógenes exhortaba a sus conciudadanos metido en una barrica. Y la leyenda dice que cuando unos forasteros sorprendieron al misterioso y reflexivo Heráclito calentándose al lado de un horno, el sabio les explicó que en esos menesteres mundanos también anidaban los dioses. 

La filosofía, luego, se puso al amparo de un héroe, Academo, y echó raíces en su jardín. O sea, se profesionalizó. O salió de la caverna, como se prefiera, pero no para maravillarse del fulgente sol en el cielo, sino para entrar en el aula. Desde entonces, se encuentra aquejada de una suerte de esquizofrenia, con una vocecilla susurrándole en la oreja que abandone el claustro y vuelve a ensuciarse con el polvo de las aceras, y otro yo, más campanudo, que muestra reticencias y se desasosiega cuando está a punto de descender del pulido entarimado de las cátedras.

Pero, como en la vida de toda persona en plena maduración, hay momentos en que se deben pasar por alto los consejos de los profesores. Y hoy, con suerte para nosotros, muchos pensadores desean iluminar los callejones sin luz con el candil de la filosofía, enseñando que, contra lo que pudiera parecer, el objetivo del saber filosófico ha sido, si no erradicar por completo la oscuridad en ellos, hacer posible una penumbra cómoda para atravesarlos. 

Que me perdonen los filósofos profesionales, pero no debería nadie avergonzarse por la cercanía que, desde este punto de vista, pudiera existir entre la filosofía y la autoayuda. No, evidentemente, con esos exiguos ensayos que prometen resolver los desencuentros amorosos en un día o precisan las tazas de té matcha que se deben tomar para sentirse bien con uno mismo, sino los que apelan a la sabiduría inmemorial y, sin frivolidad, nos enseñan a bregar con más profundidad en nuestro día a día.

Así, Epicteto, Séneca y Marco Aurelio parecen haberse convertido en ‘influencers’ porque la filosofía en boga hoy es el estoicismo, lo que no deja de ser sintomático. Además de publicarse un número nada despreciable de libros que explican sus principios, entre otros, por ejemplo, Cómo ser un estoico, de Massimo Pigliucci, proliferan podcast y vídeos en YouTube difundiendo su lecciones más prácticas.

Como filosofía, el estoicismo tiene su visión del cosmos, su lógica y una forma específica de entender la manera en que el ser humano conoce y comprende lo que le rodea. Pero no son sus enseñanzas teóricas lo que más se demanda, sino sus consejos para la vida. 

Puede parecer un contrasentido que una cultura aparentemente inclinada al hedonismo sienta debilidad por una concepción del mundo que, como sabe cualquiera que haya estudiado un poco de historia, predica la moderación y aconseja atemperar los anhelos. Pero el éxito de los estoicos refleja el agotamiento de un modo de vida guiado por un único valor: la satisfacción del propio yo. 

Son muchos los pensadores que han puesto de manifiesto las debilidades políticas del egocentrismo individualista, pues si estamos todo el día mirando nuestro obligo es probable que no tengamos tiempo para escuchar las necesidades de los demás o de compartir preocupaciones con quienes nos rodean. El individualismo y la obsesión por el “ego” resultan extenuantes desde un punto de vista psicológico. También el exceso de confort, que nos hace olvidar el valor del esfuerzo. La verdadera pandemia es la provocada por el síndrome del quemado y la fatiga que causa la incapacidad de satisfacer objetivos irrealizables.

La ventaja del estoicismo es, precisamente, que ayuda a mitigar nuestros apetitos y esto, en el contexto consumista en el que nos movemos, con la constante creación de nuevas necesidades, es imprescindible. Puede que quien lea las máximas estoicas decida, sin embargo, comprar todos los artículos acumulados en su “lista de deseos”, pero al menos la lectura le habrá obligado a pensar un poco antes de hacer click. 

 

Pigliucci, pero no solo él, presenta esta corriente filosófica como un revulsivo. En efecto, esta forma de pensar propone la tranquilidad frente al frenesí, la contemplación frente al activismo, el orden frente al caos. Constituye una cura de humildad, pues incita a tomar conciencia de los límites y a superar el miedo despertado por la falta de certezas. En definitiva, es una terapia para el sujeto contemporáneo, que se inquieta cuando las cosas no están bajo su control. 

“No esperes que el mundo sea como deseas; acéptalo como es”, sentenciaba Marco Aurelio. Séneca proponía no dejarse dominar por las emociones, ni por las opiniones de los demás. Y Epicteto aclaraba que no son las cosas las que nos hacen sufrir, sino nuestra forma de interpretar lo que ocurre. 

Quienes se aproximan al estoicismo no lo hacen buscando convertirse en sujetos que ni sienten ni padecen, ni sueñan alcanzar la absoluta imperturbabilidad de ánimo que postulan quienes lo han practicado. Es verdad que una piedra tiene suerte porque no le alcanza el infortunio, pero nadie en sus cabales desearía ese tipo de existencia. Si el estoicismo tiene atractivo hoy es porque puede curar las pasiones desmedidas, cauterizar las heridas emocionales, disipar la toxicidad y, en fin, acabar razonablemente bien con el caos existencial.

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