Marilynne Robinson: cuando la novela se vuelve profunda

En su última novela, ‘Jack’, la escritora americana vuelve a situar al lector ante los misterios de la existencia

Un auténtico lector, es aquel que es suficientemente ingenuo como para no perder la esperanza de que un libro le vuelva a alumbrar el mundo.
Un auténtico lector, es aquel que es suficientemente ingenuo como para no perder la esperanza de que un libro le vuelva a alumbrar el mundo.

Un lector, un auténtico lector, es aquel que es suficientemente ingenuo como para no perder la esperanza de que un libro le vuelva a alumbrar el mundo. Pensaba en esto cuando me topé por casualidad con una cita de George Steiner que apuntaba lo mismo: “El gran lector, y rara es su existencia, es justamente aquel que se mantiene enteramente vulnerable, enteramente hospitalario a la luz y la amenaza de la anunciación, en la edad madura”.

Desde que leí una de sus novelas por primera vez, me he sentido deslumbrado por la profundidad estilística de Marilynne Robinson, una de las voces literarias más personales del panorama contemporáneo. Y el lector español está de enhorabuena porque Galaxia Gutenberg acaba de publicar su nuevo libro, Jack, la última entrega de la tetralogía que comenzó con Gilead

Sería difícil condensar en un artículo todo lo que puede encontrar quien se sumerge de lleno en la escritura de Robinson. En ella hay una amalgama inquietante entre forma y contenido y sus obras no renuncian ni a la poesía ni a la ambición de desentrañar, a través de una narración que suena tan íntima como un susurro, el sentido de la existencia. Estamos, pues, ante una forma de entender la literatura de altos vuelos. 

Gilead está escrita en forma de carta, de misiva, en la que el reverendo James Ames, ya anciano, expone al hijo de su madurez el milagro de la vida. La novela es un auténtico canto espiritual, pero despojado de esa moralina que nos causa a muchos dentera. Robinson está formada en el calvinismo; ahora bien, consigue dar a la narración esa hondura existencial que es patrimonio de toda la humanidad. 

Las obras de Marilynne Robinson no renuncian ni a la poesía ni a la ambición de desentrañar, a través de una narración que suena tan íntima como un susurro, el sentido de la existencia

El reverendo Ames ofrece en Gilead consejos a su vástago y se ha propuesto guiar a su hijo, para hacerle capaz de diferenciar el grano de la paja, por así decir. Al hilo de ello, narra con detalles y lleno de ternura el despertar del amor en la edad en que nadie lo espera, la herencia recibida de su abuelo, también predicador, los desconsuelos de quien se siente responsable de los feligreses, sus viajes, etc. 

Después de esa novela, Robinson se dedicó en las siguientes a hacer una especie de “zoom” literario, poniendo el foco en episodios que Gilead solo apunta o no culmina. De todas esas incursiones, creo que hasta ahora la más lograda es precisamente Jack, que acaba de ver la luz. En ella el protagonista es el hijo de otro predicador, Boughton, que ya sabemos que se ha distanciado de su familia, apostando por una vida rebelde, colindando con el delito y la miseria.

Las novelas -junto a Gilead están En casa y Lila- se pueden leer en el orden que se quiera. Incluso fueron escritas sin seguir una determinada cronología; de hecho, no es necesario haber leído las anteriores para quedar prendado de ese relato de desdicha y esperanza que es Jack. Esta vez, Robinson sitúa al lector en St. Louis, muy poco después de concluida la II Guerra Mundial y en un período de racismo visceral y apartheid recíproco, cuando no solo estaban prohibidos y resultaban escandalosos los matrimonios interraciales, sino que había colegios para blancos y otro para negros y a estos les estaba vedado ocupar el asiento de los primeros en un autobús, por ejemplo.

En ese contexto, un cabizbajo e irredento Jack se encuentra en un día lluvioso y de tormenta con Della, una joven profesora negra. No es necesario precisar que el hijo del predicador Boughton se enamora perdidamente. Pero este descendiente pródigo, que se resiste a regresar a casa, pecador recalcitrante, se niega a aceptar también el regalo del amor. El motivo no nace solo de su incapacidad para vencer los recelos sociales que puede despertar su relación con una muchacha de color; tiene una causa más profunda: es indudablemente su resistencia a abrirse a la salvación

 

Robinson sitúa al lector de hoy frente a los enigmas que convierten nuestra existencia en un rompecabezas cuyo sentido u orden se acaba casi siempre postergando

Las novelas de Robinson podrían calificarse de antimodernas: ocurren siempre alejadas de los centros urbanos de la costa este, por ejemplo, y sus protagonistas no son urbanitas desquiciados por la celeridad o la estridencia consumista. Por eso tienen un efecto curativo, en primer lugar, por el ritmo demorado que emplea -atento a los detalles, preciso, y trufado de significados más profundos- y, en segundo lugar, porque la trama no es fruto del capricho, ni resulta arbitraria, sino que es una manera de situar al lector de hoy frente a los enigmas que convierten nuestra existencia en un rompecabezas cuyo sentido u orden se acaba casi siempre postergando. Temas como la entrega, el dolor, la incomprensión, el amor, la esperanza o el perdón

En Jack el fondo es, indudablemente, la culpa, la persistencia en el mal y la incapacidad que produce este último para aceptar cualquier don. Para aceptar la gratuidad, en pocas palabras. El protagonista ama tanto a Della que incluso piensa en renunciar a ella con tal de no hacerle daño, convencido como está de que siempre hiere -o roba o maltrata o aflige- a quien se le aproxima demasiado. Della encarna la esperanza y la fe y esta novela maravillosa, cuyo desenlace me reservo, constituye un hermoso recorrido por el misterio de la bondad y una intensa reflexión sobre la disposición del hombre para recuperar la inocencia perdida. Una lectura muy apropiada para nuestro tiempo.

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