Miedo a la reentré

"Si nuestro convencimiento es que, hagamos lo que hagamos, todo va a ir igual de mal -o bien-, cruzarse de brazos es la única actitud que se considera razonable".
"Si nuestro convencimiento es que, hagamos lo que hagamos, todo va a ir igual de mal -o bien-, cruzarse de brazos es la única actitud que se considera razonable".

Desde que un día las estanterías de los supermercados amanecieron sin papel higiénico, uno ha terminado por convencerse de que todo es posible. Ya ni siquiera es necesario un terremoto para transformarnos en pesimistas contumaces. Hemos visto el transporte mundial de mercancías colapsado y el precio de los combustibles encaramándose hasta las nubes y se nos obliga a paliar el cambio climático subiendo unos grados el termostato. Un amigo me dijo que había tenido que renunciar al café con hielo de la sobremesa a causa de la escasez de cubitos. 

En las conversaciones de verano, más largas de lo habitual y que se suelen estirar, con ese aroma tibio, hasta la puesta de sol, he apreciado un matiz más gris, como si estuviéramos obligados a cargar con un fardo cada vez más pesado. La palabra crisis se queda corta para hablar de ese extenso desierto por el que los expertos aseguran que vagamos. Por eso, cuando agosto se extinguía y el anochecer me sorprendía antes, empezó a brotar en mí el miedo a la rentrée, es decir, a un septiembre que presagia ya el otoño y que viene -miren las noticias- crepuscular, ceniciento, ya marchito.  

“La desesperación ya no es solo una guinda en el pastel de los conservadores: ¿quién, estando en sus cabales, espera algún progreso en esta Europa cabizbaja?”

Es posible que la rentrée sea lo que algunos afirman: una pensada estrategia para vender más libros. Pero en este 2022 ni siquiera el anuncio de las novedades literarias que tanta pasión despiertan ha tenido fuerza para desperdigar las brumas de nuestro horizonte más inmediato. La desesperación ya no es solo una guinda en el pastel de los conservadores: ¿quién, estando en sus cabales, espera algún progreso en esta Europa cabizbaja?

Hay una -¿una?- guerra enquistada a la vuelta de la esquina y hace tiempo que se notan los aleteos de la recesión. Los políticos siguen aferrados a la incompetencia: sobran gestores de pacotilla y comerciales de la corrección política, mientras que andamos escasos de estadistas. Y, en realidad, puede que uno de los motivos de nuestra situación de penuria y agonía sea, justamente, tanto cortoplacismo político como la superficialidad ideológica; en fin, la nefasta manía de tomar decisiones como si fueran selfies. Uno debe entrar en política con sus problemas de autoestima ya curados.

“El aguafiestas, al fin y al cabo, normalmente se acusa del mismo pecado que el candoroso adicto a las buenas noticias: la inacción”

Sin necesidad de que lo indique un nuevo Voltaire, sobran motivos para darse cuenta de que no estamos en el mejor de los mundos posibles. Pero hay un vicio frecuente que consiste en confundir el pesimismo con el realismo. Oír las trompetas del apocalipsis suscita perjuicios y confusiones igual de nefastos que el final almibarado de una película romántica. El aguafiestas, al fin y al cabo, normalmente se acusa del mismo pecado que el candoroso adicto a las buenas noticias: la inacción. Porque si nuestro convencimiento es que, hagamos lo que hagamos, todo va a ir igual de mal -o bien-, cruzarse de brazos es la única actitud que se considera razonable.

El miedo, en su justa medida, sin embargo, puede servir como una especie de palanca, contribuyendo al cambio y enderezando un poco el curvado curso de los acontecimientos. El realista percibe los riesgos, pero es capaz de superar el temor, de hacerse una idea de la situación. Saca pecho y actúa. Al menos cuida de su estrecho y parco jardín: quizá no podamos suscribir un acuerdo de paz, pero siempre se puede ser un poco más deportivo. 

Posiblemente, sin haber todavía cerrado definitivamente la puerta al Covid, tendamos a pensar que cualquier agente infeccioso está ahí agazapado, esperando nuestros despistes para atacar, pero si no hubiéramos tenido las agallas para dejar de lado el miedo, si no nos hubiéramos decidido -con arrojo- a salir de casa, nunca hubiéramos recuperado esta medio normalidad -bendita- de la que ahora disfrutamos. 

 

La esperanza es la mejor manera de combatir el pesimismo. Me aferro a ella, de hecho, para pelear contra el pánico que me produce el futuro. Porque quien vive esperanzadamente se ve impulsado a vencer los miedos que le atenazan. Eso fortalece el carácter, como bien sabía Aristóteles. Por el contrario, dejarse arrastrar por el temor languidece nuestra forma de ser y retroalimenta la propia debilidad, lo cual explica -tal y como sostiene Frank Furedi en Cómo funciona el miedo, - que situaciones que antes considerábamos normales nos parezcan dignas de un cuento de terror.

Además, el miedo al futuro se propaga con rapidez, como las malas noticias. Según Arthur Brooks, inculcar en los niños esa inseguridad patológica condiciona su felicidad. Brooks, antiguo director del think tank conservador American Enterprise Institut y ahora columnista en The Atlantic, ofrece tres consejos para no transmitir en los hijos recelos patológicos: primero, superar nuestra propia turbación; segundo, identificar y valorar los riesgos que se nos presentan y, finalmente, contrarrestar las noticias negativas con otras más positivas. 

Cultivar la esperanza resulta, a tenor de la actualidad, imprescindible. Además de una virtud teologal, la esperanza es una actitud ante la vida que desprende confianza en el ser humano y en su capacidad de cambio. No es que tengamos en nuestras manos hacer las cosas mejor, ni que estemos convencidos que el futuro sigue una línea ascendente, según supone el progresista. La esperanza implica responsabilizarse por el día de mañana y decidirse a sacar adelante lo que está en nuestras manos. A la postre, la historia no solo es competencia de los grandes hombres; sabemos que se sostiene sobre todo gracias a esa tupida y extensa red que tejen miles de decisiones individuales y responsables -como la tuya, como la mía- y el trabajo callado e ininterrumpido de las generaciones. 

Video del día

Marta Rovira confirma que negocia con Sánchez
un referéndum de independencia para Cataluña
Portada
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato