Por qué Dahl no es el problema

Al parecer en la cancelación sensiblera de R. Dahl ha tenido que ver tanto la influencia de lo wokecomo los cambios en la titularidad de los derechos. Eso no rebaja el escándalo de que una obra sea modificada para adecuarse al gusto del público o las ideologías, como es evidente. Pero no sé de qué nos escandalizamos ahora, cuando desde hace años el identitarismo lleva poniendo piedrecitas en el zapato de nuestras libertades.

Lo grave del problema, a mi juicio, son los agravios comparativos y las contradicciones. Ni siquiera se puede emplear la palabra “negro” para sacar los colores a los racistas, pero el tono de la cultura pública resulta más soez y burdo. Pensemos en las canciones que los adolescentes bailan y en cómo se contorsionan para subir vídeos a TikTok. Y uno piensa que si no queremos herir sensibilidades ni conformar sociedades machistas quizá haríamos bien en tener en cuenta la zona de influencia en la que se mueven los jóvenes. Y esa no es -por desgracia- la de Dahl.

No hace falta que lo diga: sí, con Dahl uno aprende a vivir. Y a hacerlo bien; con respeto, con ilusión. Cancelarlo nos deja un poco más inermes, casi huérfanos, sin armas para enfrentarnos a la degradación de nuestro entorno. Hay, además, una cuestión de fondo, en la que reparan muchos ensayistas y sobre la que ya Stuart Mill nos llamó la atención en On Liberty: Las restricciones a la libertad de discusión arriesgan el progreso, además de cuestionar otras libertades o derechos básicos.

Las contradicciones de lo woke avergüenzan hasta a Slavoj Žižek, un pensador con filias comunistas poco condescendiente con la pusilanimidad a la hora de condenar el sistema capitalista. Hay que reconocer que al filósofo esloveno le ha perjudicado su gusto por el escándalo, por lo escatológico, así como su escritura cáustica, pero es uno de los pocos pensadores atado a unos ideales universalistas que quedan.

En un artículo reciente para Compact ajusta cuentas con la ideología woke, él, precisamente, a quien siempre le ha gustado indagar las huellas de la injusticia. Aunque no se comparta el fondo de su análisis, merece la pena destacar algunos fragmentos en los que ridiculiza la hipersensibilidad y el subjetivismo, realzando lasinconsistencias de esta corriente cultural.

“Lo más sangrante es la conformación de minorías privilegiadas en el seno de una corriente supuestamente tan igualitarista”

Se refiere a la moda trans y a la obsesión por hormonar a los niños con confusiones identitarias. Recurre a la última muestra del sinsentido: el caso de Bryson, es decir, el de violador que se sentía mujer y pidió ser encerrado en la cárcel con ellas. Se pueden imaginar lo que pasó al seguir el dogma de que “la masculinidad y la feminidad no tienen nada que ver con el cuerpo, sino que son autodefiniciones subjetivas”.

A mi me preocupa algo en lo que Žižek por cuestiones obvias no repara: queda poco para que esos ejemplos de países más “adelantados” que sacuden el sentido común se produzcan dentro de nuestras fronteras. De hecho, mientras el resto del mundo da marcha atrás y empieza a percatarse de que la formación de la identidad sexual es un asunto complejo como para solventarlo con una receta médica -y de que hay decisiones irreversibles-, aquí los ministros hablan de “niñes” con una soltura que da pavor.

Es ilógico que en los planes de estudio se retrase cada vez la elección de un itinerario, porque los jóvenes no saben todavía lo que quieren y, en cambio, se reconozca el derecho a cambiar de sexo a edades bien tempranas. Dice al respecto Žižek: “la identidad sexual, en sí misma, no es una identidad simple, sino una dimensión compleja, llena de inconsistencias y rasgos inconscientes, lo que de ninguna manera se puede establecer refiriéndonos a cómo nos sentimos”.

“Desde hace años el identitarismo lleva poniendo piedrecitas en el zapato de nuestras libertades”

Ahora bien, el filósofo comunista da un paso más y relaciona el movimiento woke con el capitalismo, el fundamentalismo religioso y el populismo. Cree que la moda de la cancelación y las minorías perseguidas aprovecha mecanismos dogmáticos. Es evidente que, como buen seguidor de Marx, la religión para él, además de narcotizar, domina y encadena.

Ciertamente, lo woke establece una verdad y niega el disenso porque entiende que este último es una expresión de supremacismo. Que me perdone el filósofo, pero ¿no es esta la forma de actuar del Partido?

Sea como fuere, lo más sangrante es la conformación de minorías privilegiadas en el seno de una corriente supuestamente tan igualitarista. Así “como sucede en otros casos -nos alecciona- quienes se apropian del papel de líderes de la revuelta no son las víctimas vejadas por la opresión racista. Quienes ‘despiertan’ son una minoría privilegiada de una minoría”.

Acudiendo a su formación psicoanalítica, lo que más le preocupa a Žižek es que lo woke no mejora la situación: de hecho, si mira con preocupación la consolidación de esta cultura es porque, a su juicio, permite que quienes dominan y ejercen su discriminación se adapten a los mantras de lo woke, sin cambiar su injusto modus operandi. Lo woke es, por tanto, solo un maquillaje. “El movimiento nos despierta al racismo y al sexismo, pero precisamente para permitirnos seguir durmiendo”. ¿Acaso alguien piensa que quitar la palabra ‘esclavo’ de una obra de Dahl hará desaparecer todas las servidumbres?