¿Quieres ser influencer? Prueba Tik Tok

La aplicación que está de moda muestra que en las redes lo importante es exponerse, más que comunicar o encontrarse con los demás

Ilustración: Sobrino & Fumero.
Ilustración: Sobrino & Fumero.

Probablemente el nombre de Charli D'Amelio no diga mucho. No es más que una adolescente americana que, con apenas de dieciséis años, se presenta como bailarina. He intentado buscar algunas de sus actuaciones profesionales, pero una y otra vez las páginas en las que recalo me dirigen inexorablemente a Tik Tok, la red social en la que publica vídeos breves grabados con su móvil.

En ellos hace playbacks divertidos y coordina movimientos imposibles al ritmo de música repetitiva y pegadiza. No le neguemos su mérito, aunque he sabido que la aplicación ofrece infinitos efectos y posibilidades, lo que hace que las contorsiones más inverosímiles se encuentren al alcance de todos. Basta un sencillo clic para que nuestra cabeza gire 360 grados o nos convirtamos en saltarines de película.

Según se dice, la joven D’Amelio ganará este año -asómbrense- casi tres millones de dólares. Estos beneficios, sin embargo, no los logrará danzando encima de los escenarios bajo la respetada dirección de un coreógrafo, sino gracias a los cerca de 100 millones de seguidores que tiene. Su hermana Dixi, tres años mayor, a la que, en lugar de los retorcimientos de esqueleto, le va más cantar, tiene un poco menos de la mitad, pero se calcula que en 2020 sus ingresos -asómbrense, de nuevo- rondarán los tres millones.

Hay padres y educadores tan idealistas que no dejan de recordarnos lo perjudicial que es dejar que los niños pequeños trasteen con el móvil en lugar de divertirse con rompecabezas o partidas de ajedrez. Otros, más realistas, precisamente es un móvil lo primero que les regalan en cuanto superan la fase de gateo y tienen libres sus manos. La verdad es una idea muy lucrativa. De la misma manera que hace poco tiempo se acudía al parque con un balón o se enseñaba a los hijos los secretos del tenis, para hacerles dignos sucesores de Cristiano Ronaldo o Nadal, no sería extraño que hoy deseáramos convertirles en influencers prematuros, ayudándoles a moverse por las redes con la suculenta competencia con que lo hacen las hermanas D'Amelio.

Tal vez todo ello explique por qué jóvenes y no tan jóvenes andan por la calle armados con sus dispositivos. Ahora a todos nos ha dado, poseídos por delirio dionisiaco, por bailotear. Hemos pasado de la edad del selfie al delirio de grabarnos brincando frente a un espejo, ya sea solos o en compañía, en la calle o entre las cuatro paredes de nuestro confinamiento. En foto o en vídeo, la cosa poco cambia porque, en todos los casos, el individuo alcanza solo a preocuparse de una cosa: si sale bien.

Hemos pasado de la edad del selfie al delirio de grabarnos brincando frente a un espejo, ya sea solos o en compañía, en la calle o entre las cuatro paredes de nuestro confinamiento

Se puede decir lo que se quiera de las redes, salvo que son sociales. De hecho, la primera de ellas, Facebook, que cuenta con casi dos mil quinientos millones de usuarios, nació con el fin de que los miembros de diversas fraternidades universitarias se comunicaran, pero las que le van a la zaga, como Instagram (mil millones de usuarios) o Tik Tok (que es la de mayor crecimiento en los últimos meses, con 800 millones de suscriptores) fomentan más las actitudes narcisistas.

En ese océano que son las redes hay cosas de mucha calidad, pero al primar lo cuantitativo hay chorradas que ahogan lo que merece más la pena. De ello se dio cuenta, hace unos años, el sociólogo americano Richard Sennett para quien, además, este tipo de plataformas no propician un encuentro con el prójimo, sino que constituyen un útil trampolín para la autoexposición. Es un aviso para aquellos navegantes que conciben la web como la nueva plaza pública de nuestra polis. La próxima pandemia será psicológica y, por tanto, serán con seguridad los psiquiatras, en lugar de los virólogos, los que no tendrán más remedio que trabajar hasta la extenuación.

Según el sociólogo americano Richard Sennett, este tipo de plataformas no propician un encuentro con el prójimo, sino que constituyen un útil trampolín para la autoexposición

 

Pero hemos de confesarlo: es fácil caer en la adicción y no solo porque, en nuestra búsqueda incesante de aprobación, consultemos a cada minuto los likes que logramos o si nuestra última ocurrencia se ha hecho viral. He comprobado que el scroll es lo más parecido que existe a un narcótico digital y se me han ido las horas ojeando stories de adolescentes.

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