Rusia y el futuro de la energía nuclear

Para que funcionen los reactores y las centrales nucleares es preciso no cortar los suministros con Rusia

“Se calcula que cada año Estados Unidos paga casi cien mil millones de dólares a Rosatom, el monopolio de la energía nuclear de Rusia”.
“Se calcula que cada año Estados Unidos paga casi cien mil millones de dólares a Rosatom, el monopolio de la energía nuclear de Rusia”.

La interdependencia es hoy el muro con el que se dan de bruces las relaciones internacionales. Ya lo vimos en las primeras etapas del Covid y aún hoy en algunos productos los retrasos en las importaciones generan más de un quebradero de cabeza. Sabemos que dependemos del gas y de la energía rusa, con lo que las sanciones para que Putin deje de apretar el acelerador en la guerra contra Ucrania resultan un maquillaje. Muy pocos países están dispuestos a apagar la calefacción.

Stephen Koonin, experto en cambio climático, lleva desde hace años combatiendo las mentiras de los alarmistas. Eso le ha causado grandes contratiempos, pero este científico americano es valiente y le da igual jugarse su carrera. Más allá de su afirmación sobre los datos -al parecer no son muy fiables los que manejan los informes oficiales y, además, se malinterpretan- cuando habla de las emisiones aclara dos cosas que solemos pasar por alto: primero, que las emisiones tardan cientos de años en desaparecer; segundo, que el cielo contaminado de Delhi es el mismo que nosotros contemplamos.

Sería deseable que pudiéramos poner fronteras a la atmósfera, pero dudo mucho de que la geoingeniería pueda llevar a cabo una hazaña como esa. De nada sirve, pues, que Europa -tan malherida por la ideología ecologista- minimice el carbón si nadie tiene competencia para presionar a India, China o los países africanos -por no hablar de Estados Unidos- para que cesen de ensuciar la atmósfera.

Y aunque se pudiera iniciar algún tipo de boicot contra los países que se hacen los remolones con la supuesta emergencia climática, deberíamos preguntarnos si es justo que obtengamos el aire saludable a costa de procesos de industrialización de regiones menos avanzadas. No olvidemos que nuestra riqueza ha nacido de las minas y la contaminación.

De nada sirve que Europa minimice el carbón si nadie tiene competencia para presionar a India, China u otros países para dejar de ensuciar la atmósfera

Una alternativa muy estudiada es la energía nuclear, mucho más prometedora que plantar molinos como posesos en aquellas zonas donde a veces se levanta el aire. Es cierto que siempre cunde el pánico y que el recuerdo de algunos desastres levanta sospechas en la opinión pública. La estrategia del Partido Verde ha llevado hace unas semanas a cerrar definitivamente tres centrales nucleares de Alemania. Aunque la clausura estaba prevista para finales de 2022, se ha retrasado para compensar el déficit energético que está dejando -o dejó en invierno- la guerra con Ucrania.

Se ha dicho que esta decisión ha sido como darse un tiro en el pie. De hecho, en el horizonte vuelve a sobrevolar la energía nuclear, lo que hace pensar que quizá en esta ocasión Alemania haya tomado el camino equivocado. Por ejemplo, la desconexión de Isar 2, Emsland y Neckarwestheim 2 -las últimas centrales en bajar el telón- contrasta con lo que ha hecho Finlandia, que es abrir una, o con la construcción de reactores en algunos países del Este. De hecho, Estados Unidos ha comprado varios y se están empezando a diseñar y comerciar reactores de menor tamaño, lo que evidentemente facilitaría la apertura de nuevas centrales. Asimismo, China lleva años apostando por la nuclear, aunque la seguridad del gigante asiático plantee dudas.

Además de las ventajas ya sabidas de la energía nuclear, que comprometen mucho las supuestas fortalezas de las energías limpias, hay un factor importante a tener en cuenta. Uno de los retos del cambio climático es precisamente el combinar la limpieza de las fuentes energéticas con el incremento de la demanda: vivimos en sociedades tecnológicas y aunque algunos desean irse al campo o apuestan por estilos de vida decrecientes, en realidad cada vez necesitamos más y más caudal. Si a ello unimos que se están cortando los suministros energéticos rusos, quizá no quede más remedio que abrazarse a los reactores. 

En lo que se refiere a la energía nuclear, la dependencia energética de Occidente se remonta al fin de la Guerra Fría, cuando se decidió transformar el potencial armamentístico del país en potencial energético

 

Y es aquí donde reaparece de nuevo el juego -y el problema- de la interdependencia. Por mucha inquina que Putin suscite, hay algo innegable: también para poner en marcha y proveerse de energía nuclear Rusia resulta indispensable. Es sintomático que, como pone de manifiesto Annmarie Fertoli en The Wall Street Journal, una de las pocas fuentes de energía que no está prohibida en las relaciones de países occidentales con Rusia es la nuclear.

Rusia es importante en la ecuación energética porque suministra muchos de los elementos necesarios para que funcionen y sean rentables los reactores. Esta dependencia de Occidente se remonta al parecer a finales de la Guerra Fría, cuando se decidió transformar el potencial armamentístico del país en potencial energético. Eso ha convertido Rusia en un país indispensable en el suministro nuclear; entre otras cosas, a Estados Unidos llega de Rusia uranio enriquecido.

Lo que está claro es que, en un entorno dependiente como el nuestro, global, cada vez será más difícil eliminar a alguien del tablero o presionarle. ¿No dice mucho de nuestro compromiso con la paz el hecho de que, a pesar de las rimbombantes declaraciones de los políticos de turno contra el salvajismo ruso, no se haya interrumpido la relación en lo que respecta a la energía nuclear? Se calcula que cada año Estados Unidos paga casi cien mil millones de dólares a Rosatom, el monopolio de la energía nuclear de la tierra de Putin.

Desde Tucídides sabemos lo complicada que es la política y que constituye el campo más idóneo para poner en práctica la prudencia. La interdependencia global nos ilustra sobre los peligros de tomar decisiones precipitadas y de la contingencia de todas nuestras soluciones. Los ideólogos recalcitrantes y los radicales harían bien en tomar nota de las aristas que tienen sus proclamas; no hay nada mejor que buenas dosis de realismo para dejar de hacer brindis al sol.

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