Una vacuna para los conspiranoicos, por favor

Se necesita pensamiento crítico y mucha paciencia para enfrentarse a quienes creen que hay organizada una confabulación para perjudicar al mundo

Ilustración: Sobrino & Fumero.
Ilustración: Sobrino & Fumero.

Bajo una tiranía, no hay nada más saludable que la conspiración, ya que en ocasiones es el único camino para zafarse del despotismo. Pero cuando se respira el aire conspirativo en una democracia, un sistema en el que el cambio de gobierno debería ser la norma, es porque el debate público no funciona correctamente. Lo conspiranoico se ha convertido en una dolencia política que amenaza con corroer las instituciones y con debilitar aún más la confianza de los ciudadanos en la política. El peligro es que, en ese caldo de cultivo, fermenten los mesías redentores, es decir, líderes que, sin que nadie se lo exija, asuman por su cuenta el papel de enderezar el curso de los tiempos.

La conspiración es un buen mecanismo para salvarnos del totalitarismo, pero la obsesión conspiratoria es algo muy distinto: un camino que puede desembocar rápidamente en un recorte de libertades, incluso autoimpuesto. No fueron solo las personas de inteligencia obtusa las que hallaron en un panfleto como Los protocolos de los sabios de Sión la muestra más palpable de una conjura contra el destino de la nación alemana, ni los que decidieron poner este último en manos de un personaje siniestro.

“Lo conspiranoico se ha convertido en una dolencia política que amenaza con corroer las instituciones y con debilitar aún más la confianza de los ciudadanos en la política”

Si observamos lo que se cuece en el maremágnum digital, deberíamos dar la razón a quienes interpretan acontecimientos recientes como fruto de maquinaciones o de la acción de una mano negra. Eso es porque también a ellos les gustaría decidir la historia entre bambalinas. Y no solo el sabueso de las conspiraciones es, él mismo, un conspirador en potencia, sino que cuanto mayor es la desgracia, más cultivado parece el campo para supuestas confabulaciones.

En casos así la teoría de las intrigas halla más eco en la opinión pública y resulta siempre más tentador buscar culpables, lo cual denota no solo un recelo creciente sobre la naturaleza humana, sino un complejo colectivo digno de estudio para psiquiatras.

A propósito de la polémica sobre el Covid y las vacunas -en Estados Unidos los expertos calculan que entre el 20 y el 60% podría negarse a ponérsela- The Guardian ha publicado un artículo en el que revela las estrategias de los partidarios de la teoría de la conspiración, al tiempo que sugiere formas de contrarrestar su perniciosa influencia en un mundo oscurecido por el solipsismo político.

El problema principal de la madeja conspirativa es que no puede salir de ella quien cae en sus redes, de modo que si se exigen pruebas o se apela a datos que contradicen la existencia de un contubernio, se argumenta que la falta de ellos es, precisamente, la demostración más patente del complot. Además, se suele recurrir a falsas autoridades con el fin de justificar esa actitud suspicaz. Quien la encarna suele ser un maestro a la hora de establecer equivalencias falsas o en difundir el escepticismo sobre los datos.

Minar la confianza es hacer un flaco favor a la verdad. El diario británico aconseja acercarse con empatía a quien ve conspiraciones a la vuelta de la esquina, evitando siempre la hostilidad. El diálogo más fructífero es el desapasionado y se lleva a cabo sin derivas personales. También es bueno ofrecer al interlocutor la posibilidad de explicar su punto de vista, pues muchas veces es en ese momento cuando se cae en la cuenta de las contradicciones o los sinsentidos.

“Desde la época de Sócrates, sabemos cuál es la forma más eficaz de vacunarnos tanto contra el despotismo como contra las innumerables sospechas conspirativas y no es precisamente erigiendo un comité de sabios para luchar contra las fake news”

 

Los psicólogos -por ejemplo, Kahneman- han estudiado los innumerables sesgos que empleamos y, aunque en su mayor parte nos hacen la vida más cómoda, hay otros que tienen la capacidad de cegarnos. Vamos por la vida buscando confirmaciones a nuestras hipótesis, incluso para las más frívolas, sin pensar que no hay nada como Google para corroborar una información, por peregrina que sea.

Desde la época de Sócrates, sabemos cuál es la forma más eficaz de vacunarnos tanto contra el despotismo como contra las innumerables sospechas conspirativas y no es precisamente erigiendo un comité de sabios para luchar contra las fake news. No necesitamos paternalismo, sino fomentar el pensamiento crítico para desenmascarar a los nuevos sofistas, lo que no implica que nos convirtamos en cínicos descreídos, sino afinar nuestra inteligencia para encaminarnos más fielmente en la búsqueda de la verdad.

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