Vulnerabilidad sagrada en tiempo de coronavirus

El transhumanismo quiere mejorar al hombre hasta el punto de hacerlo irreconocible, lo que supone soslayar la condición vulnerable del ser humano. Su caldo de cultivo: el perfeccionismo

Es posible que los transhumanistas interpreten esta peste postmoderna del Covid-19 como una especie de confirmación general de sus teorías.

Hace unos años, tras un encuentro transhumanista, uno de los ponentes aseguró que, teniendo en cuenta los conocimientos con los que contamos, la especie humana vencería a la muerte a mediados de siglo. Eso es también lo que parecen creer quienes, a cambio de una cuantiosa suma, se criogenizan y esperan, como supuestamente hace el mismísimo Walt Disney, el momento de salir del refrigerador en páramos de Arizona o Texas, por ejemplo. 

Yo pensaba que la pandemia iba a ser nuestro terremoto en Lisboa y que, como el temblor que derrumbó la ciudad lusa en el siglo XVIII y sirvió para defenestrar el optimismo ilustrado, también esta peste posmoderna contribuiría a apaciguar el utopismo. Olvidé que ninguna plaga anterior, ni ninguna guerra, ni ningún holocausto ha conseguido desarraigar nuestra adicción a las quimeras. De hecho, es posible que los transhumanistas interpreten lo que nos está ocurriendo como una especie de confirmación general de sus teorías.

Sin entrar en sus variantes, el transhumanismo es revolucionario porque, en lugar de poner la ciencia al servicio de la naturaleza, hace exactamente lo inverso, dejándonos a merced de dispositivos y tecnologías. Tal vez sea una corriente bienintencionada, pero su deseo no es paliar las necesidades más básicas, sino transformar por completo la especie. No sabría cómo calificar exactamente a alguien con capacidades sobrehumanas o que no se cansa. O que no muere. Podría ser cualquier cosa, pero de lo que estamos completamente seguros es de que no es un hombre

El transhumanismo es revolucionario porque, en lugar de poner la ciencia al servicio de la naturaleza, lo deja a merced de dispositivos y tecnologías

Hay transhumanistas menos invasivos que confían en la farmacopea para mejorar nuestra retentiva, nuestra inteligencia u otras facultades. En este caso, quizá sea exagerado afirmar que desaparece lo que hasta ahora conocíamos como ser humano, pero no se desvanece la sensación de que esa suerte de “hombre dopado” es alguien que no juega limpio en la vida y que, como sucede en el deporte, hace trampas

Sin necesidad de consultar encuestas de opinión, no habrá un porcentaje mayoritario de personas que defienda el transhumanismo, en primer lugar, porque muchos de sus sueños, como el de la inmortalidad, se antojan demasiado lejanos o irrealizables y, en segundo término, porque afortunadamente la gente recuerda lo que pasa cuando el doctor Frankenstein juega con fuego. Aunque no encuentre apoyo la postura transhumanista, lo que aparentemente sí se ha extendido es un virus muy semejante: el perfeccionismo, que puede ser su caldo de cultivo. 

Es un fenómeno con manifestaciones muy diversas, pero que hace casi imposible no solo que el ser humano acepte sus fracasos, sino hasta que asuma las propias limitaciones o lidie con ellas. He tenido alumnos que prorrumpen literalmente en lágrimas cuando obtienen un siete en un examen, como si no se lo pudieran permitir, y que no salen de su asombro cuando les confieso que en mi casa un notable equivalía a fiesta.  

Esa ansiedad se traslada, después, al trabajo, donde parece que tenemos obligación de ser los mejores, o a la propia familia, pues inexorablemente exigimos a nuestros vástagos que den lo mejor de sí mismos hasta extenuarlos. Con motivo del virus lo hemos visto: lo que nos reconcome es sentirnos inermes ante un virus tan minúsculo. 

Puede que no todos los ejemplos sean adecuados, pero reflejan lo difícil que es, en un mundo rodeado de tecnología poderosa y petulancia perfeccionista, afrontar las aristas, es decir, lo que desdice, como un violín desafinado, la armonía del conjunto. 

 

El perfeccionismo es también preocupante por sus secuelas antisociales: obsesionarse con la perfección puede provocar displicencia frente a las “imperfecciones” ajenas y, por otro, introducirnos en una lucha competitiva para sobresalir, con el consiguiente resentimiento que eso genera en quienes no tienen suerte. Según Michael Sandel, es este el veneno que aprovechan los populismos. 

Más grave parece, y es aquí donde se vincula el perfeccionismo supuestamente inocuo con el transhumanismo, el rencor sobre la propia naturaleza humana que causa la conciencia no solo de nuestras miserias personales, sino las del hombre como tal. Es decir, las de nuestra propia condición y que parecen inexorables. Es este odio hacia nosotros mismos lo que nos radicaliza y nos lanza por el camino de las utopías. 

Más grave parece el rencor sobre la propia naturaleza humana que causa la conciencia no solo de nuestras miserias personales, sino las del hombre como tal

Frente a esta tendencia perfeccionista, haríamos bien en interpretar la pandemia no como una ocasión para aumentar la inquina existencial, sino para revalorizar la vulnerabilidad, encontrando en ella la clave para reconciliarnos con nuestra condición. Pero ese será el tema del siguiente artículo.

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