A Ramón Gaya, el último gran maestro, por un siglo de arte y vida

Pocos destinos tan ejemplares y pocas vidas tan densas y fecundas como la del murciano Ramón Gaya, pintor milagroso y fino que hizo compatibles como nadie el sentido de homenaje y tradición con su propio camino, añadiendo a todo la autenticidad y el acierto de sus escritos sobre pintura.

Pocos destinos tan ejemplares y pocas vidas tan densas y fecundas como la del murciano Ramón Gaya, pintor milagroso y fino que hizo compatibles como nadie el sentido de homenaje y tradición con su propio camino, añadiendo a todo la autenticidad y el acierto de sus escritos sobre pintura. Incluso en sus últimos años tuvo la dulzura de ver cómo su obra era abundantemente reconocida y cómo ciertas elites intelectuales de hoy le tomaron como maestro. Antes había tenido la amistad de los mejores (Cernuda, Gil Albert), había vivido lo más noble del ideal republicano y había conocido la muerte y la amargura de la guerra y el exilio en México y en Roma. En ningún momento –como una lección de voluntad- dejó de pintar. Hoy vemos sus cuadros como un eslabón más en la tradición del arte más noble; una conversación entre siglos con Velázquez y sus queridos pintores venecianos. Fue también hombre auténtico y discreto, entregado a la pureza de sus convicciones. ¿Cómo se puede agradecer tanta gloria, el gozo de haber sido sus contemporáneos y sus compatriotas? Qué corto se queda hoy el sabor de esta guinda.

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