Carta abierta a D. Pedro J. Ramírez

Estimado Sr. Ramírez

Leído su artículo “El bueno de Jean Paul Iglesias” en el dominical del diario “EL MUNDO” de fecha 13 de junio, le hago llegar estas líneas en apoyo de las tesis que en el mismo desarrolla, tesis que suscribo del primero al último párrafo.

En efecto señor Ramírez, la cuestión no está en la denuncias realizadas por este señor sobre las miserias de un sistema con síntomas evidentes de decadencia moral. Miserias palpables y detectables incluso por un menor de edad y tan evidenciables, que los resultados de su visión y entendimiento los suscribiría un niño con el uso de razón recién estrenado. En definitiva, obvias verdades mezcladas con mentiras y lindezas propias de revolucionarios marchitos de principios del pasado siglo y descritas con el tono grave y profesoral del sesudo señor Iglesias, descubrimientos que no requieren seamos alumnos aventajados de sus clases.

Y, desde luego y ese es mi criterio, menos aun cuando son provenientes de personajes con currículos universitarios falsamente ponderados cuya verdadera y real formación me atrevería a definir ahíto de caridad no es en absoluto académica sino ideológica. El verdadero problema del aprendiz de brujo al que ambos nos referimos está como usted describe y, junto a otros muchos aspectos igualmente cuestionables, en las recetas que prescribe para la resolución de los graves problemas que nos afectan, elicitadas por esa condición mesiánica con la que él mismo se adorna como salva patrias y guardián de esencias democráticas.

En pocas palabras y, ante la más que evidente corrosión de un sistema que al modo en que una herida mal tratada es origen del proceso de infección generalizada de un organismo vivo, este señor propone y/o justifica el exterminio de la totalidad del organismo enfermo pero, insisto vivo, haciendo buena la frase que supongo en su condición de profesor y revolucionario patrocina y que dice: “la letra con sangre entra”. Y no lo digo a modo de paráfrasis sino de la auténtica y más que real acepción que para el señor Iglesias y resto de profesores y socios ideológicos supone a modo de referencia la validación moral de dos de los más siniestros personajes de la Revolución Francesa como lo fueron “Robespierre y Marat”, lo que en román paladino supone la justificación para dar bucólicos paseos a la plaza en que esté instalada la guillotina o, mejor aún, los más ecológicos a las tapias de los cementerios para todos aquellos que, “ellos” consideran como corruptos y por ende exterminables e impuros enemigos, todo por el hecho de no ser o pertenecer a su cuerda ideológica o sociológica.

Me da que grupos interesados con la ayuda igualmente interesada de algunos medios de opinión han conseguido hacer creer a un pequeño gatito que en condiciones normales no pasaría de gracioso minino con las uñas eso sí infectadas por un rencor devenido paulatinamente en odio, en un tigre de Bengala, cuando en realidad se trata de un ocurrente e igualmente pequeño aunque no tan gracioso mesías con repercusiones sociológicas que a la vista están. Él, en un más que evidente estado alucinatorio cree ser la reencarnación de un poderoso felino y salvador del mundo al modo que en el pasado igualmente creyó serlo Ernesto Guevara que, al menos en algunos aspectos “no precisamente menores”, destacaba por algunos atributos como lo eran  un valor físico demostrado, donosura y, una más que acreditada virilidad.

En definitiva, personaje de cartón con ensueños de notoriedad como le ocurriría a cualquier joven ayuno de escrúpulos y amamantado con biberones de rencor al que, insisto de nuevo, casi “todos” sin excepción aunque con diferente grado de responsabilidad en su gestación, hemos contribuido a crear. Espero, eso sí, que por poco tiempo.

 

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