El Diálogo

Se dice que dos no discuten si uno no quiere. Lo mismo podemos decir del diálogo. Dos no dialogan si uno no quiere, y eso a pesar de que en los últimos tiempos hay quien no habla más que de dialogar, pero luego se niega a dialogar con quien más debería hacerlo – dando cualquier excusa -, o solo entiende el diálogo como imposición de sus ideas o de lo que él quiere; y al mismo tiempo acusa al otro de que no es una persona que sepa dialogar.

Para que un diálogo sea efectivo, la primera condición y la más importante es saber escuchar. A continuación hay que respetar el silencio, es decir, estar callado sin interrumpir al que está hablando hasta que este termine su argumentación. Igual de importante es no querer ocupar un tiempo excesivo, y en consecuencia hay que argumentar de la manera más concreta posible para ocupar un espacio razonable. Entonces surge lo que se puede llamar un diálogo fluido, o una controversia eficaz.

Esto que parece tan obvio y sencillo, observando las tertulias en Televisión, o en la radio, en un 85% no sucede. Nos quitamos la palabra unos a otros a mitad de la argumentación. Se trata de acaparar el mayor tiempo posible y se demuestra una falta de educación en el trato con los demás. Con lo cual se ve claramente que lo que queremos es imponer nuestras ideas, no proponer. Esta debe ser la base de todo diálogo, la proposición, para llegar a acuerdos eficaces. Y cuando llegamos a acuerdos; a veces, una de las partes luego les llama exigencias. Un acuerdo es entre varios, y los puntos de ese acuerdo es de todos y obliga a todos por igual y nadie es más que otros u otros cuando esos acuerdos se llevan a su realización, y el mérito es igual para todos.

En los últimos tiempos, sobre todo en política no se habla más que del diálogo y la necesidad de ser dialogante. Pero, ¿somos un pueblo que sepa dialogar? ¿Somos dialogantes? ¿Quién es más dialogante, el que más cede o el que menos? Cuando son cosas importantes y fundamentales de verdad, sabemos “conceder sin ceder, con ánimo de recuperar”; como decía un gran santo español. Es decir, acomodarse a la situación vigente, si no resulta posible plantear una eventual reforma, y dar pasos más avanzados que los ya conseguidos. Y luego está lo criticones que somos en cuanto algo no se ajusta a nuestros parámetros o pensamiento.

En consecuencia creo que debemos empezar por el principio. Si queremos ser un pueblo dialogante tenemos que comenzar en la educación. Y la educación es mucho más que el aprendizaje de unos conocimientos específicos o tecnológicos. La educación empieza por la formación de la persona como tal, primero en la familia y en los hogares; a continuación o al mismo tiempo en los colegios, que deben ser, no substitutos sino complementarios. Y todo ello en una educación en libertad y libre de verdad. Sin imposiciones en aquello que afecta a la persona como tal y su concepción de la vida y la muerte, así como la transcendencia o no que tenga de la misma.

Por último se puede presentar situaciones, o cuestiones, sobre las que es muy difícil llegar a acuerdos por la misma naturaleza de las mismas cuando estas van contra su propia esencia y que afectan incluso a la propia existencia de las mismas. Entonces el diálogo es inútil, y hay que saber reconocerlo sin echar a nadie la culpa.

Como muestra o ejemplo de todo lo anterior, lo oído de un prestigioso periodista sobre el actual Presidente del Gobierno: “Rajoy ha sido un político dialogante…cuando no ha sido presidente. Le va a costar cambiar de registro”.

Y como observador me sale una exclamación: ¡Así que cuando estaba en la oposición y le hacían el “cordón sanitario”, era dialogante! Y ahora como Presidente le dicen que: “o referéndum, o referéndum”. Y tiene que cambiar de registro.

J. R. Pablos

 

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