Enseñanza diferenciada

En los debates sobre la enseñanza diferenciada se suele caer en tres falacias. Una es identificar este tipo de educación como una forma de discriminación por sexos; si se aceptara tal afirmación, también serían discriminatorias las peluquerías sólo para hombres o sólo para mujeres o los lavabos separados por sexos.

Aparte de que la Convención de la UNESCO contra las discriminaciones, establece que no serán considerados como discriminatorios por razón de sexo los centros con educación separada para chicas y chicos, siempre que unos y otros sean equivalentes en calidad, medios y programas de estudio. Otra es lo que dicen algunos de sus oponentes, de que no se debe subvencionar este tipo de educación “con mi dinero”; craso error, pues no se subvenciona con el dinero de los que no llevan sus hijos a esos centros, sino con el de los que sí los llevan, que también pagan impuestos. Pero además, si se aceptara tal argumento también yo podría decir que no se subvencione con mi dinero el aborto o un tipo de cine que no me gusta en absoluto.

Por último, se suele argumentar en contra de la enseñanza separada, que no permite un adecuado conocimiento del otro sexo ni permite una buena integración social. Me parece, que el haber seguido este tipo de educación – antes de los setenta éramos casi todos- no nos supuso ninguna frustración, ni repercutió negativamente en nuestra maduración personal, ni en nuestro conocimiento y respeto por el otro sexo.

 

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