Mentiras para la guerra

Los medios de comunicación occidentales al servicio del poder fueron los primeros en disparar sobre Libia. No en vano, ese es precisamente su papel: servir de avanzadilla en las sangrientas razzias de los amos del mundo. De inicio, propagan los argumentos que éstos fabrican para justificar su agresión militar y, luego, ocultan el horror de la guerra tras un velo de mentiras y de mezquinos eufemismos. Misión cumplida. La sociedad no reacciona, está narcotizada.

No hay ni una sola evidencia contrastada de que los aviones de Gadafi bombardeasen a la población civil, como no las había de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Estamos ante otra guerra de rapiña de las potencias occidentales, cuyo objetivo es controlar el petróleo y el gas natural de Libia, amén de apuntalar sus intereses geoestratégicos en la región. Los tiburones del complejo militar-industrial estadounidense también se frotan las manos. Sólo en el primer día de bombardeos, se lanzaron 112 misiles tomahawk valorados en 56,9 millones de dólares. El negocio está asegurado, además de la masacre. Pese a que los portavoces de la OTAN dijeron entonces que sus costosas bombas no mataron a nadie -¡qué despilfarro!-, lo cierto es que los ataques aliados causaron decenas de víctimas mortales. Curiosa forma ésta de proteger a la población civil.

El doble rasero de los adalides del mundo libre resulta repugnante. Mientras llevan décadas bendiciendo con su pasividad cómplice la implacable represión de sus aliados en la zona contra pueblos como el palestino o el saharaui, apenas unas semanas de revuelta sediciosa les ha servido de excusa para pergeñar una cruzada bélica en Libia. Pero todo esto no es casual. La insurrección armada en el país con mayor calidad de vida de África ha sido urdida por servicios secretos occidentales, con el apoyo de un grupo de políticos y militares locales que han renegado del régimen. Nada bueno se puede esperar de un movimiento rebelde que alienta los bombardeos contra su propio país y que enarbola la bandera del rey Idris, el monarca feudal que entregó los recursos naturales libios a las potencias occidentales mientras su pueblo languidecía en la miseria.

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