¡Muera la inteligencia!

El 12 de octubre de 1936, en plena guerra civil, se celebraba en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el Día de la Raza, aniversario del descubrimiento de América por Colon.

En ese grandioso escenario, templo de la cultura y el saber, tuvo lugar ese día el conocido enfrentamiento verbal entre el general Millán Astray y Unamuno, donde el primero, furioso hasta el paroxismo extremo, llegó a lapidar la moral de toda una generación con su grito: ¡Muera la inteligencia! profanando con ello el sagrado recinto universitario.

La pasada semana de nuevo vivimos en la Universidad Complutense de Madrid, escenas similares de profanación, con el “acto” de apoyo al juez Garzón organizado por  los sindicatos UGT y CC.OO. En este caso, lamentablemente, sin poder contar con una figura de la talla de Unamuno enfrente que pudiera contrarrestar

La execrable y traicionera forma de manipular un concepto básico como es el de la libertad de expresión, manoseado y vilipendiado, como justificación del acto, por una serie de personas que forman parte más del problema que de la solución de este país, dan fe de los zafios extremos a los que pretenden llevarnos con su actitud los de siempre.

Se ha convertido en una rutina ese sentimiento de impotencia, estupor y vergüenza que muchos volvemos a sentir tras lo acontecido en ese “acto”. Una vergüenza que deslumbra en demasía y que demuestra, una vez más, todo lo soez, demagógico, toda la mierda, en definitiva, que arrastra el sectarismo en España. 

Los insultos al Tribunal Supremo vertidos en la universidad pública por el ex fiscal Jiménez Villarejo, con la aquiescencia del rector y de los representantes de un inservible y trasnochado sindicalismo, suponen un ataque frontal a la democracia y al Estado de Derecho. Erigiéndose en guardianes del dogma pretenden situarse por encima de la ley.  

Pero en realidad, lo preocupante no es esta representación de la indigencia mental de unos pocos sino la reacción del gobierno ante estos ataques a la espina dorsal de la democracia española.  

Su silencio cómplice, cuando no la justificación indigna de los mismos con su lamentable concepto de lo que representa la libertad de expresión, demuestran hasta qué punto el señor Zapatero gobierna para una parte de la ciudadanía de este país.

Hace ya demasiado tiempo que, dado el cúmulo de situaciones vergonzantes que se vienen produciendo en nuestro país, tomé la decisión simbólica de declararme en “huelga de nacionalidad”.  

 

Creo tanto en este país y tengo en tan alto concepto el término “español” que no quiero identificarme con lo que actualmente ambas cosas representan. Simplemente me niego a ser el tipo de español que algunos tratan de imponer. 

Como diría David Gistau, periodista y escritor: “Que las nuevas generaciones ingresen y vivan en su propio tiempo, y no sigan siendo prisioneras del pasado, obligadas a purgar los errores del abuelo. Y a seguir cometiéndolos. Ustedes no sé, pero yo, de Franco y de Carrillo, de Paracuellos y del fusilamiento de Lorca, del “No pasarán” y del “Hemos pasao”, estoy hasta las mismísimas pelotas”.

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