Nací en Francia, pero no soy francés

Este artículo tiene por objetivo hacer un análisis del por qué a los hijos de los inmigrantes de segundas, terceras y hasta cuartas generaciones les cuesta integrarse y no sentirse franceses ¿Tendrá que ver con el modelo asimilacionista que aplica el gobierno francés? En esta ocasión me referiré a los hijos de los inmigrantes del Magreb.

La inmigración de los magrebíes a Europa y a Francia tiene sus orígenes en los años 1830, siendo los argelinos los primeros. Los inmigrantes argelinos no siempre tuvieron facilidades para su integración (cultural, laboral y política). En 1925 y 1939 se instauró en Francia un control religioso que afectó especialmente a la población del magred y a la misma vez esos inmigrantes fueron excluidos de políticas sociales (vivienda, salud, educación y bienestar social) de las que eran beneficiarios otros inmigrantes.

Después de la independencia de Argelia (1962) la desvaloración de la mano de obra argelina y la marroquí en el mercado laboral francés acentuó las desigualdades sociales, la marginación social, económica y política, acelerando el nivel de pobreza y desempleo y dando pie al desarrollo de sectores periféricos marginales y alejados de los centros urbanos (banlieues). Desde entonces los perjuicios sistemáticos y la criminalización contra los inmigrantes del Magreb y otros trabajadores inmigrantes no han parado. Ejemplo de ello es que en el 2005 el entonces ministro de interior Nicolas Sarkosy refiriéndose a unos manifestantes les llamó “escoria”. Otros afirmaciones son las que les culpabilizan de vaciar los presupuestos de asistencia social, de no querer integrarse (maladie republicaine), de colapsar servicios básicos como hospitales y escuelas, etc.” Discursos, estos, alimentados por la derecha francesa, por el partido xenófobo y ultraderechista, Frente Nacional Francés (FN), y ayudado por la crisis económica y el nefasto gobierno socialista de Hollande.

Históricamente, en Europa, se han venido aplicando tres modelos de gestión de la diversidad, algo que en algún momento también se le ha llamado modelos de integración. El primero de ellos es el alemán que tradicionalmente ha impuesto a los inmigrantes extranjeros la condición de trabajadores extranjeros, negandoles su condición de residentes permanentes; el segundo es el multiculturalismo (aplicado en países anglosajones) que contempla a los inmigrantes como individuos que mantienen los vínculos con sus sociedades de origen, conservando su cultura y sus redes de relaciones sociales; y el tercer modelo es el asimilacionista (francés), este modelo contempla que el inmigrante se convierta en un francés más, un ciudadano que respete y practique los valores republicanos, adopte la lengua y la cultura francesa, pero obligándole a abandonar todas sus raíces.

Francia ha sido históricamente una tierra de asilo para los inmigrantes a los que ha integrado poco a poco. Parece que su modelo de gestión de la diversidad entró en crisis hace mucho tiempo y, a mi entender, la aplicación del modelo asimilacionista es el origen de la crisis del vínculo social y de la crisis de la cohesión social de los hijos de los inmigrantes, ya que no se puede obligar a los seres humanos a que se desprendan de sus raíces y su cultura como si fueran prendas de vestir.

Los problemas que tienen los descendientes de los inmigrantes en Francia son innumerables: fracaso escolar, altas tasas de desempleo, y los que tiene trabajo en su mayoría ocupan puestos poco o nada cualificados y mal remunerados (construcción, hostelería, agricultura estacional, etc.), acumulando empleo precario, tanto en los contratos a tiempo parcial como en los temporales. Estas circunstancias son el medio, el microclima, que favorece la integración a bandas juveniles, embarazos prematuros, delincuencia, venta y consumo de drogas, etc. Este es el panorama al que se enfrenta la población minoritaria atrapada en las zonas periféricas francesas. A estos temas hay que añadir el rechazo sistemático a las personas con aspecto, comportamientos y creencias musulmanas, rechazo que favorece el fracaso social y económico y, al fin, conduce al sentimiento de no pertenencia.

No es verdad que los hijos de los inmigrantes en Francia no quieran integrarse, es que muchas veces les es demasiado difícil. Si no se sienten franceses no es de ellos la culpa, lo es del modelo asimilacionista de gestión de la diversidad. Por otro lado, el modelo multicultural que tienen los países anglosajones también ha demostrado tener problemas, es por ello que me quedo con “el modelo catalán de integración”.


Javier Paredes

 

Sociólogo. Máster en Inmigraciones Contemporáneas y Post Grado en Inmigración y Acogida.

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