Palabra de honor

Hasta no hace mucho esta frase u otra similar se escuchaba con frecuencia en conversaciones de amigos, en negocios que se cerraban con un apretón de manos y, aquello era sin ánimo de veracidad, de lealtad, de hombría de bien.

"Te doy mi palabra" y ya no necesitábamos más para tener la certeza de que no iban a engañarnos.

Ahora, ¿sigue siendo igual? Me temo que no. Las virtudes humanas han ido poco a poco desvalorizándose. La fidelidad, el ser sinceros, el orgullo de mantener los principios por encima de las circunstancias y la conveniencia, eso ya no se lleva, no está de moda. Y, si creemos en ellos, a veces en nuestro discurso mental añadimos: "bueno, eso si me conviene", relativizando así la importancia de esos principios.

En esa gran película que fue "Lo que el viento se llevó" hay una escena que retrata las dos posturas. Cuando Escarlata desesperada por el cansancio, el hambre y la pobreza le propone a Ashley Wilkes, su amor de siempre, huir lejos de Tara, abandonando familia y todo para empezar una nueva vida porque "en Tara no les retiene nada". Él mirándola a los ojos le contesta: "nada excepto el honor". Y él sabía que el honor no iba a darle ni dinero, ni poder, ni prestigio social.

El honor, el reducto más íntimo de nuestra conciencia para muchos es el motor que pone en marcha nuestro actuar en la vida. Sin embargo, cuando la conciencia pasa a segundo plano, cuando dejamos de sentir ese imperativo interior que nos dice "haz esto o no lo hagas" entonces todo se viene abajo y vamos viviendo sin rumbo firme, dejándonos llevar por las circunstancias.

Todas las facetas de la vida se resienten por esa falta de firmeza y se nos meten por los entresijos del alma el ambiente del "tanto tienes, tanto vales".

Un error fundamental que nos acecha si nos descuidamos es pensar que las costumbres y exigencias del tiempo que nos ha tocado vivir no cuadran. Que estamos obsoletos como se dice ahora. Entonces es el momento de luchar contra el miedo y el complejo de inferioridad. Un ciudadano honrado tiene que poner su capacidad de trabajo al servicio de la idea de que la rectitud, la sinceridad y la libertad deben presidir junto con otros valores todas las manifestaciones de la vida moderna: cultura, economía, trabajo, descanso, vida de familia y convivencia social.

Hay que estar alerta. Nuestra sociedad es plural pluralísima. Tenemos que convivir todos en una búsqueda del bien que no es patrimonio de unos pocos, ni de una visión determinada del mundo, sobre todo cuando esa visión degrada al hombre. Casi todo es opinable, pero las pocas cosas que no lo son como Dios y los derechos de los hombres, esos hay que defenderlos sin trucos ni componendas, porque en ellos se encuentra la Verdad.

 

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