Personas y cosas

Aparecen en algunos medios de comunicación una impropia ordenación entre seres humanos y mercancías. Primero fue una difundida noticia que señalaba la gravedad de la pandemia de gripe aviaria, no porque podría matar a más de tres millones de vidas en Asia, sino porque causaría una catástrofe mercantil en la región que llevaría hacia una recesión económica mundial. Después el centro de la atención se centró en los disturbios de Francia. Cada día en titulares se destacaba el número de vehículos calcinados, antes que los muertos (los dos iniciales subsaharianos en Clichy-sous-Bois o el adulto en Epinay), los heridos (jóvenes y policías) o las decenas diarias de detenidos. Mal va la humanidad si los periodistas invierten el orden entre “PERSONAS” y "COSAS". Las pérdidas materiales, nunca son comparables con los daños personales. Trágicamente, el materialismo imperante nos ha “cosificado”. Todo un paradigma propio de nuestra era, que revaloriza la economía de los recursos limitados, mientras desprecia a los seres humanos. Un pernicioso efecto conceptual de engendros contemporáneos como la “bomba de neutrones”, que por radiación mata a nuestros semejantes sin apenas destruir sus bienes para que puedan ser reutilizados. No confundamos a las personas con las cosas. Las cosas no tienen otro valor que el que les damos los humanos. Las personas somos infinitamente más que artículos comerciales: somos criaturas únicas e irrepetibles. No nos hace superiores el poseer más, sino el ser mejor. La vida humana no tiene precio, ni puede comprarse o venderse. Todas las cosas del mundo no equivalen a la grandiosidad de una simple sonrisa del más pequeño de los seres humanos.

 

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