Pobres, son pobres, ¿y qué?
Casi el 20 por ciento de los españoles se encuentran por debajo del umbral de la pobreza. ¡Uf! El dato pone los pelos de punta y al presidente de casi todos los españoles, José Luis Rodríguez Zapatero, seguro que también le deja algo mosqueado.
La octava economía del mundo tiene pobres para regalar. Florecen los pobres como las flores en primavera. La economía española es virtuosa a la hora de fabricar pobres que nada pintan en una sociedad competitiva y al mismo tiempo insensible.
El 20 por ciento de la población española no tiene esperanza en un futuro mejor. Es más, ese 20 por ciento no tiene presente. Son personas que yacen en un mundo que ya no les pertenece y del que se sienten alejados. Las ricas calles del centro de Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Bilbao, La Coruña y Murcia, albergan a esos pobres de solemnidad que deambulan sin rumbo, vacíos los bolsillos y las almas ennegrecidas.
Esta es la fotografía de una España que ya se reúne con los grandes del orbe. La foto de una España que hasta hace pocos días, muy pocos, tenía un gobierno que negaba la crisis y además decía que vivíamos en el mejor de los mundos.
Es la España de las ayudas multimillonarias a los bancos y cajas, pero que hoy sabe que un 20 por ciento de españolitos están pasando hambre, aunque mañana, el mismo dato, habrá dejado de ser noticia.
Los timoratos y los que practican la genuflexión ante el gobierno de Z, manifestarán que es pura demagogia. Dirán que los pobres no son pobres, y que en el presente, con la Moncloa apestando a relativismo, España vive mejor que nunca.
Tenemos pobres de todos los colores, de todas las edades. Pobres que en un mundo de ricos se atreven a enseñar la cara pidiendo perdón por existir.
Recuerdo todavía la sonrisa de Zapatero prometiendo que aquí, en tierra de progres, la crisis apenas se dejaría notar. Recuerdo a Zapatero llamando antipatriotas a los que auguraban la llegada de un terremoto económico-financiero. Recuerdo las mentiras del gobierno socialista y, sinceramente, me pongo a temblar. ¡En manos de quien estamos!
