Treinta monedas

Treinta monedas resonaron

al caer en el Templo, en su enlosado.

Treinta monedas, precio del Cordero;

de sangre enviciadas, mancilladas,

para comprar un campo sirvieron.

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Y ese campo que era del alfarero,

pagado a precio de sangre del Cordero,

es cosa nuestra, es pertenencia nuestra.

Campo que se ha ido agrandando,

invadiendo media faz de la tierra:

ciudades enteras, pavimentadas,

populosas, iluminadas y barridas;

ciudades de tiendas y burdeles llenas,

resplandecientes del norte al mediodía.

Treinta monedas resonaron

al caer en el Templo, en su enlosado.

Multiplicadas una y mil veces

por traiciones en siglos transcurridos,

y los sucios negocios realizados

con intereses ruines acrecidos.

Y los recintos del Templo nutridos,

no alcanzarían para almacenar

las monedas hasta hoy producidas,

por las treinta que fueron arrojadas,

en el delirio de un remordimiento,

por el hombre que vendió a su Dios.

Y siguen todavía resonando

al caer en el Templo, en su enlosado.

J. R. Pablos