Adiós a las Navidades. La Fiesta del Bautismo de Jesús

La morriña de separaciones y el aterrizaje en la realidad de lo cotidiano

La Fiesta del Bautismo de Jesús.
La Fiesta del Bautismo de Jesús.

Ahora, viene la morriña de separaciones y el aterrizaje en la realidad de lo cotidiano, tras los días hermosos de las Navidades. Como broche del ciclo navideño, la Fiesta de la “Solemnidad del Bautismo del Señor”, hecho del que tratan los cuatro evangelistas (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34) y que la Iglesia católica celebra el domingo después de Reyes ( fue el 8 de enero).

El hecho histórico  del Bautismo de Jesús, el Papa Benedicto XVI lo trata magistralmente en la Primera Parte de su libro “Jesús de Nazaret” (desde el Bautismo a la Transfiguración). El Bautismo que impartía Juan en el Jordán, era un sacramental de reconocimiento de los pecados y de propósito de enmienda para prepararse a recibir al Mesías. Jesús se mezcló entre la gente  porque, aunque no tenía pecado, quiso llevar sobre sí los pecados del mundo con todas sus consecuencias  para salvarnos, y “cumplir, así, toda justicia”, o sea, la voluntad del Padre Celestial. Al descender el agua sobre Él, se abrieron los Cielos y el Espíritu Santo, bajó sobre Él en forma de paloma, y se oyó una voz, la del Padre “Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco”. Fue una teofanía impresionante de la Santísima Trinidad, que también desciende sobre el neófito cuando recibe el bautismo sacramental del “Agua y del Espíritu”. El Bautismo nos introduce en la Iglesia,  limpia los pecados, nos configura como hijos de Dios y herederos de su Reino Celestial.  Se recibe sólo una vez e imprime carácter, una señal indeleble incluso para los que fueron cristianos renegados y se condenaron. 

Como escribe Benedicto XVI, “Jesús se presenta ante nosotros como «el Hijo Predilecto» que, por si un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser contemporáneo de todos nosotros, «más interior en cada uno de nosotros que lo más íntimo nuestro» (San Agustín. Confesiones).

El mayor bien que los padres podemos hacer a nuestros hijos, es llevarlos bautizar y educarles en la Fe. Así, en lo que está de nuestra parte, les facilitamos, al despedirse de este mundo, entrar en la Vida Eterna con una felicidad que no acaba.

 

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