Amenábar, cuchara de madera

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Acabados los fastos cinematográficos en Donostia y tras la decisión del jurado, se me ha pasado por la cabeza una propuesta para, en la medida de lo posible, minimizar el rotundo fracaso del endiosado Amenábar tras el fiasco de su "Mientras dure la guerra" en el 67° Festival de Cine de San Sebastián. 

Propongo, utilizando el premio de consolación del mundo del rugby, la entrega de una cuchara de madera después de la ausencia de premios de la "peliculísima". Convendrás conmigo, por otro lado, que la cinta bien merece tal galardón, ¿o no? Menos da una piedra.

Eso de "en esta vida sacarás lo que inviertas y nada más" pasará a la historia tras la estrepitosa debacle de otro de los tiburones de las subvenciones públicas, esas que salen de tu bolsillo y el mío, y que han permitido el constante y continuo paseo en modo "divo" del director de marras.

Como has podido comprobar hasta en tu plato de sopa de los últimos días, en la comida y en la cena, Amenábar no ha caminado solo. No podía, no sabía, no quería. 

Los emolumentos entregados requerían su activa presencia. Cuestión de deferencia y devolución de los servicios prestados. Seguramente, en un guiño futbolístico, el You'll never walk alone del Liverpool resonará en sus oídos después de la tormenta que se avecina tras el sonrojante despilfarro de su infumable película.

Entretanto, su rutilante aunque errática estrella deambulaba en ese infinito universo de publicidad, tendencias, entrevistas, trending topics e idas y venidas procedentes del mandato de los instigadores que, a fuego lento y con pasta gansa para dar y tomar, perpetraban su película. Ciertamente, tanto empacho de Amenábar resultaba cansino.

Además, al chileno de nacimiento pero buen usuario del dinero público de aquí, de España, le faltaba algo para, a bombo y platillo, compensar la generosa dádiva de sus promotores. 

Necesitaba visibilidad a través de la amenización de los medios, de platós televisivos y estudios de radio que, con el beneplácito servil y adulador de sus progre-palmeros, han vuelto a dar una nueva muestra de indignidad a través de su sumisa pleitesía, propia de aquellos lacayos que buscan el aplauso fácil y la complicidad de su dueño. Asqueroso.

La voz del amo habló para dar su versión customizada, adaptada a las exigencias de un nuevo capítulo del adoctrinamiento histórico que, con el cómodo colchón de las subvenciones, se filtra por todos los estratos de nuestra sociedad en compañía de las copiosas cantidades que se manejan en el mundillo de las asociaciones memorialistas. Viajes, dietas, publicación de esquelas, congresos nacionales e internacionales a gusto del consumidor. Total, cientos de miles de euros anuales. Pecata minuta, paga el sufrido contribuyente.

 

Pero lo triste es que en esa tesitura, el auto-suficiente director no se haya atrevido a escuchar a "hunos" y "hotros" (recordando al célebre Unamuno), a guionistas o asesores históricos objetivos o que, al menos, considerase opiniones discordantes a las marcadas por los trazos rojos de su exclusiva hoja de ruta. Contradiciendo al vasco y español universal, ha sacrificado la verdad para hallar una paz gestada entre sus acólitos y benefactores.

Éstos le susurraban cantos de sirena al oído, esa lección políticamente correcta e históricamente incierta. Había que satisfacer los estómagos agradecidos después de tantos atracones millonariamente subvencionados, las miles de pernoctaciones abonadas por algún que otro ayuntamiento y el posicionamiento político a cuenta del héroe, el general Millán-Astray. 

Lo importante era pillar cacho (¡y qué cacho!) a costa de defenestrar al fundador de La Legión, ese personaje "siniestro, malvado, inculto y anacrónico" convertido en el sparring de la crítica, el "malote" de una triste Guerra Civil Española en la que, residiendo en Argentina desde meses antes de su inicio, parecía ser único protagonista del conflicto bélico en foros y debates.

Ya ocurrió en películas no muy lejanas como "La isla del viento" de Manuel Menchón, con esperpéntico retrato de lo realmente acaecido en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Otra ración de odio importada del exterior.

Aunque no menos esperpéntico resultaron el aquelarre y la performance del profesor Rabaté en el Instituto Cervantes de Madrid en mayo de 2018. Obviamente, había que justificarse ante el séquito del comisionado de la Ley de Memoria Histórica con el ínclito Trapiello a la cabeza, pero sin palabras ni argumentos tras la aparición del esclarecedor y desmitificador artículo de Severiano Delgado sobre el "incidente" salmantino de los dos pesos pesados, el ilustre escritor y el héroe de Filipinas y Marruecos.

Esa falta de argumentos ya había sido penosamente evidenciada con anterioridad. Concretamente, semanas antes cuando el propio Andrés Trapiello o el profesor Octavio Ruiz-Manjón cavaron su tumba tras declarar en la vista oral por la calle del general Millán-Astray. Sus inconsistentes y vanos testimonios, ante un anonadado juez y los "kies" del comisionado, fueron el anuncio de una muerte anunciada.

La suerte del comisionado estaba echada. Faltaba el golpe de gracia, la estocada definitiva propiciada por la controversia del Memorial de la Almudena que ratificó la etiqueta de "usar y tirar" adherida a los supuestos expertos en la figura de Millán-Astray.

En todos los casos, un factor común: usar nuestro dinero, el del erario público, para dilapidarlo en cuestiones que, como la ley referida, no han hecho más que sembrar discordia y generar una fracción social desconocida hace décadas. 

Y como testigo, las subvenciones, siempre presentes en la gestión de estos "chiringuitos" históricos y la masiva promoción de una película con críticas desfavorables, excluida de la lucha por un Oscar y huérfana de premios en un prestigioso festival en el que, como triste consuelo, su director se ha ganado a pulso la cuchara de madera del perdedor.

Emilio Domínguez Díaz

Licenciado en Filología Inglesa

Doctor Europeus en Humanidades

Antiguo Caballero Legionarios

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