Sobre el arminianismo

Imagen cedida por el autor del texto.
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La doctrina arminiana afirma que el hombre coopera para la salvación con la gracia divina por medio de la fe. Se sustenta, por tanto, en dos pilares: la presciencia divina y la propia voluntad del hombre para creer o no.

El arminianismo —que toma su nombre de Jacobo Arminio, su fundador— surgió en los Países Bajos a principios del siglo XVII como respuesta a la doctrina calvinista de la predestinación.

Para abordar la controversia doctrinal del modo adecuado debemos partir del enfoque arminiano, según el cual, siendo necesaria la gracia para la salvación, podría, sin embargo, rechazarse. Algo que choca frontalmente con la idea defendida por Calvino: la salvación no es para todos, sino sólo para unos pocos elegidos.

De este modo, el libre albedrío, para decidir o no, no es tal. La llamada y elección es irrevocable, no depende en absoluto de la voluntad humana.

Se pueden esgrimir argumentos respetables en uno y otro sentido.

Lo cierto, en cualquier caso, es que, según las Escrituras, Dios es quien decide —ya ha decidido, de hecho— y quien llama, por tanto. Eso no limita la voluntad del hombre, sino que, en cierto modo, ratifica la justicia de Dios. Pues, siendo omnisciente y soberano, no es extraño que actúe en virtud de aquello que ignoramos más allá de lo que podamos conocer o entender.

Como bien se dice en Deuteronomio 32,4: "Todos sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia; justo y recto es Él". Amén

 

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