El aumento de la precariedad laboral dentro del colectivo de diversidad funcional

Desde la humilde consideración de saber mis cualidades, determinar los valores personales y profesionales que he obtenido a lo largo de mi vida laboral y sabiendo utilizar tanto mi formación como experiencia del siempre complicado trato con los demás, he perdido la cuenta de cuantos expedientes curriculares he enviado a lo largo de estos años, incontables son los correos electrónicos y postales que remití sin obtener respuesta y podría decir que infinito es el menosprecio y la indiferencia que he recibido por todo ello. No es que me sienta malhumorado por un hecho evidente, la cruda realidad es que las personas con algún grado de diversidad funcional somos poco menos que invisibles a la Ley General de la Discapacidad, esa que obliga a las empresas con más de cincuenta trabajadores a cubrir una partida de su plantilla con personas derivadas de dicho colectivo; es palpable que quién ideo la ley, creo la fórmula para evadirse de la responsabilidad, usando subterfugios que convalidan la obligación con el desembolso de unos donativos que además, influyen en la contabilidad a su favor por la desgravación que de ellos hacen las empresas “interesadas”; por tanto, mi malhumor se convierte en desconfianza de las normas establecidas y las leyes orientadas a un colectivo como el de la diversidad funcional, juego de votos en las campañas electorales y olvido a la postre entre las organizaciones empresariales y la administración pública, amén de la escasa intervención de los agentes sociales restantes y el esfuerzo de las fundaciones que colaboran en la integración de tales personas en el mercado laboral.

Es para tomarse las cosas con una cierta educación, no carente de una pizca de sana rebeldía que dé muestras de que los que nos sentimos defraudados por una sociedad insana somos los que nos hemos cansado de oír que la administración lucha denodadamente por la integración laboral de personas con discapacidad en el mercado. La utilización de este colectivo por el contrario, se simplifica a servicios digamos precarios, lavanderías, limpieza o similares sean los lugares dónde insertar al trabajador proveniente de una bolsa de empleo separada del resto por razones no obvias en muchos casos, que no tienen en cuenta que un integrante del colectivo de diversidad funcional en silla de ruedas es un excelente diseñador, ingeniero en telecomunicaciones, licenciado en derecho o economía, al igual que una persona con ceguera se puede convertir en un recepcionista empático dotado de una simpatía y un trato optimista para los tiempos que corren en los vestíbulos de las grandes compañías, empresas o en los de cualquier órgano institucional que se precie.

Catalogar sin más a una persona de discapacitado es ponerle un adhesivo al currículo profesional y formativo difícil de restañar, utilizar la manida primera impresión como herramienta de selección es una prueba evidente de que los remilgos de la sociedad no están curados, de que el físico prevalece al intelecto por más que nos digan lo contrario y él como diría el refrán “el hábito en este caso, si hace al monje” infringiendo a los y las integrantes del colectivo de diversidad funcional un manifiesto acto de descarte ofensivo.

Se observa un descenso en la manera de actuar de los que dicen defender los intereses de todos los ciudadanos/as por igual, sean o no integrantes del colectivo social de personas con diversidad funcional; una apreciación más que sustentable dentro del entorno en el que realizo este articulo de protesta, máxime cuando dicha apatía me afecta de manera directa. Por mucho que nos digan los que quieren hacerse merecedores de un gesto del que sacar provecho político, nadie da un paso adelante en la lucha por los intereses de las personas con discapacidad, usando tan sólo los canales de siempre, fundaciones con subvenciones venidas de la administración, empresas ya enraizadas en la sociedad española desde hace décadas o algún que otro abducido por la buena fe que cree a pies juntillas en la potencialidad laboral de las personas con diversidad funcional pero con dotes altamente cualificadas para el ejercicio de multitud de labores.

Pero es dentro de esas empresas ya posicionadas donde existe la misma indolencia, sirviéndose de algunos de sus más allegados colaboradores para entablar convenios laborales a cambio de beneficios recíprocos. Ninguna se salva del deterioro social al que están contribuyendo con sus manejos económicos, aprovechándose del grado de discapacidad de muchas personas sin recursos para ofrecerles un trabajo precario, indigno, poco remunerado y carente de objetivos a medio o corto plazo. La realidad es esa, no dejemos que nos hagan creer lo contrario, el que se hace rico a costa de los demás es un mezquino y el que además, permite que la necesidad se haga patente incluso percibiendo un salario, merecen algún toque de atención de los que sufrimos tamaño desagravio.

 

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