Baby-boomers, pensiones y reflexiones

El ministro de Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá.
El ministro de Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá.

Tras el anuncio del ministro Escrivá respecto al "pequeño ajuste", otra acepción más en el cómputo de los gestores de la neolengua "orwelliana", en las futuras pensiones de los baby-boomers, vino su reflexión posterior en voz alta, que conste en acta, a modo de rectificación y mea culpa en un tono ciertamente lastimero. Después de la tempestad, viene la calma.

Sin embargo, si consideramos la reincidencia en los errores, con un overbooking de los mismos digno de estudio (y de pública chanza), o las patéticas declaraciones de los miembros del contingente ministerial y vicepresidencias; lo de rectificar, además de habitual, comienza a delatar un cierto tufillo a mediocridad, justo lo que se estila entre pasillos y portadores de tan insignes carteras (inútiles en algunos casos), con la adenda de alguna que otra célebre portavoz y delegada gubernamental, a la hora de comparecer en público. 

Es entonces cuando sube el pan; no tanto como la luz, a lo que algunos parecen restar importancia corriendo un tupido e interesado velo en tiempos en los que intentamos sobrevivir y aguantar chaparrones como los de los picos históricos del precio del kilovatio hora. A propósito de la luz, no hay más ciego que el que no quiere ver o encenderla. Lo del aire acondicionado, ni plantearlo. Y no por la irritante e irrisoria propuesta de alguna activista con lo del micromachismo y tal y tal, sino por la clavada del recibo de fin de mes si eres de los que se atreve a encenderlo como reto a apocalípticas "gretadas" y "garzonadas". Para estos duelos medioambientales, no hacen falta sables, espadas o floretes.

Y a fuerza de ser sincero, nuestros representantes políticos empiezan a dar miedito cuando van de tournée por salas, estudios y platós de sus acólitos; es decir, esa zona de confort con palmeros de turno y el balsámico micrófono receptor de sus sandeces. Para echarse a temblar. 

De eso, los medios saben, aunque se autoimponen el bozal y la venda con las inyecciones de pasta que, a modo de boca a boca, permiten su subsistencia con un pestilente aire de chantaje y manipulación. Los lacayos de ese servilismo están bien adoctrinados por el acaudalado amo que mueve sus hilos. Poderoso caballero es don Dinero.

Hoy, una semana después y ya liberado de la violenta e "hijoputista" versión incendiaria de mi reflexión inicial, contenida por mi bendita paciencia, he de aceptar el intento de enmendar la plana a D. José Luis. Acepto pulpo como animal de compañía de igual forma que me resultan taquicárdicas, además de insultantes, las tropelías a las que nos están acostumbrando con dimes y diretes, tuits y hashtags, palabras y discursos, leyes y decretos, vacíos y malos entendidos como los de la "intranet" ministerial en la previa de esperpénticos shows carentes de lógica, sentido común y comunicación entre los protagonistas. Al parecer, algo huele a podrido y no hablamos de Dinamarca, precisamente. Hay cuchillos afilándose a propósito de esas carencias y ausencias comunicativas que no tardarán en cobrarse cabezas y, como no podía ser de otra manera, carteras. Se está mascando la tragedia.

Ni que decir tiene que, como somos animales de costumbres, esta legislatura ya nos ha "vacunado" contra el error, la improvisación, la mentira y los lapsus ministeriales, aunque empieza a clamar al cielo (y a reventarme) esa reiterada sobredosis de necedad con chorradas y bravuconadas barriobajeras destinadas a perturbar nuestro duro día a día y, en algunos casos, el bien merecido descanso estival a pesar de la gestión gubernamental y sus pésimas decisiones, esas que constantemente cercenan la felicidad y tranquilidad de nuestra cotidianidad.

Por otra parte, he de reconocer que la nada acertada intervención del ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones respecto a la sostenibilidad de las pensiones de los baby-boomers fue la gota que colmó el vaso. Atentar contra el pecunio que, como a los de su generación, honradamente nos corresponderá cobrar a partir de los próximos años, no es de recibo en los tiempos que corren y con los "ejemplares" dispendios a los que políticos y ministerios nos han ido acostumbrando. Cuando al español se le toca el bolsillo, mal asunto, aunque sindicatos y agentes sociales miren para otro lado o se tapen la nariz para seguir disfrutando de los fastos y prebendas que el poder de Moncloa les otorga. 

Para esa merecida pensión, y él también puede dar fe del legado que nuestros padres nos dejaron en casa y las muestras que la sociedad nos brindó en décadas pretéritas; la ambición, el esfuerzo, la eficiencia, el emprendimiento y la disciplina siempre jugaron en nuestro equipo, a nuestro lado, en aquella otra España que, ahora, se ve socialmente dividida y económicamente lastrada por planes, agendas, dietas, hojas de ruta, asesores, sueldos vitalicios, gastos insulsos e imposiciones varias contra nuestras libertades más básicas.

 

Y básico, de patio de colegio, es el modus operandi de estos siervos de un sistema y Estado enfermos de la aluminosis provocada por el rencor, el odio y el resentimiento. Es lo que tiene vivir un presente y afrontar el futuro con la promiscua y provocadora mirada, casi con veneración, al retrovisor del pasado para asegurarse el cupo de electores que garanticen el polifacético y variopinto estercolero en el que está quedando España, además de la patética imagen proyectada más allá de nuestras fronteras.

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