La benevolencia del carnicero

¿Qué es más eficiente: diez laboratorios compitiendo individualmente o cooperando y compartiendo información? Como la respuesta es evidente, debemos plantearlo de otra forma: ¿cómo conseguir esa colaboración? Y es que se ha convertido en un tópico cuñado, de rojos con iPhone como Errejón, que la mejor forma de aumentar la innovación y el bienestar social es la centralización estatal y el colectivismo. Somos muy de confundir conceptos. 

Lo público significa gratis, solidario, accesible para todos. Lo privado es egoísmo, privilegios y 1%. Por eso, la Red de Paradores Nacionales es una empresa pública de hoteles, no accesible para todos, y el comedor social de la esquina es una iniciativa privada, abierto para todo el que tenga hambre. 

El pan nuestro de cada día es un derecho constitucional, pero no por ello hay una red de panaderías públicas. Tampoco de carnicerías, ni supermercados, ni bares. Que un derecho como el pan tenga precio no es una mercantilización de derechos. Mercantilización sería vender el derecho en sí, como el accionista que vende su derecho preferencial a la recepción de nuevas acciones. Que el pan tenga precio no priva de pan al que no tiene dinero, pues el panadero asume pagar unos impuestos con los que el Estado pagará el pan del pobre. Dicho de otra forma, el panadero le dará pan a quien no tenga para pagarle.

Muchos creen que seguridad social y sanidad pública son lo mismo, sin percatarse de que una cosa son los impuestos del carnicero para dar de comer al pobre y otra que la carnicería esté gestionada por el Estado. La culpa de esta confusión no es solo de la izquierda, sino de una derecha incompetente con un discurso estúpido, donde la caridad parece tener un papel secundario. El mejor marketing marxista son los liberales que malinterpretan las lecturas de Smith y claman al egoísmo individual como motor de la economía.

No es la benevolencia del carnicero lo que nos da de cenar, pero eso no significa que debamos rechazarlo como una variable más en la ecuación de la eficiencia. La cooperación entre individuos genera sinergias productivas, pero como diría Friedman, o trabajamos voluntariamente (capitalismo) o mediante coerción (comunismo). La sociedad se mueve por incentivos, no solo económicos, sino también emocionales, y no tener ambas en cuenta es una falta de realismo. El enemigo no es el libre mercado y el comercio, sino el egoísmo. 

Los demócratas no renunciamos al papel clave del Estado ni a tener un Estado del Bienestar, pero priorizamos la acción civil y la iniciativa privada como forma de prosperidad y generosidad, frente a economías cada vez más planificadas y totalitarias. Que las cosas tengan precio no lo llamamos egoísmo, sino incentivo económico. A la solidaridad no la llamamos gestión pública, sino redistribución de la riqueza, sea en la forma que sea. Y no clamamos únicamente al interés individual del carnicero, sino también a su humanidad.

 

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