Calvo dixit

Carmen Calvo En una charla coloquio del Grupo Joly, en Sevilla
Carmen Calvo En una charla coloquio del Grupo Joly, en Sevilla

De entre todas las anomalías políticas que habitan Ferraz (y el consejo de ministros, ministras y ministres), Carmen Calvo es mi favorita. Gistau dejó escrito que la política es la profesionalización de la utopía, pero cuando pienso en Calvo siempre me viene antes a la cabeza la definición que dio Camba de la escritura, como la profesionalización de la tara psicológica. No digo que Carmen Calvo tenga taras psicológicas, como mucho menos digo que tenga talento literario. Pero sí hay en esta vivaz egabrense algo freudiano.

Apenas hace unos días dejó caer que "para un socialista es difícil hablar de cañas, de ex y de berberechos. Estamos acostumbrados a jugárnosla con programas, gestión y trabajo". Es evidente que en este PSOE hay más aprecio por la sobremesa pagada con dinero público (véanse las prostitutas, las mariscadas y la cocaína de Andalucía) que por la vida social madrileña, plagada de partidistas del ultraderechismo tabernario, entre los que se encuentra Jordi Cruz.

Sin embargo, no fue lo peor su ataque a la hostelería. Ojalá se hubiera quedado en el delirio del abrelatas. Calvo, ministra Disney según Carlos García, comparó las políticas populares con nada más y nada menos que el Holocausto: “a veces el fascismo aparece con la bandera de la libertad. La libertad de quienes pensaron que la limpieza que había que hacer en Europa, llevaba a asesinar en campos de concentración”. Esto tendría su gracia, es evidente, de no haber comparado el genocidio nazi con la gestión política de Ayuso. Vamos, que no tiene ni puñetera gracia.

Claro que si todo fueran ataques a la Comunidad de Madrid pues se entendería su revanchismo histérico. Hoy, sin embargo, pizpireta ella, ha alabado las virtudes de la política liberal de Ayuso, aplaudiendo la apertura de teatros durante todo el estado de alarma —a lo que el rey ha contestado diciendo que lo de Madrid ha sido una liberación (sic). Atónito, Sánchez miraba a su desequilibrada trapecista una vez más en el limbo de lo inenarrable.

Gabilondo, que ya ha recibido el alta —que no el acta—, ha venido a decir a las puertas del hospital que su momento había llegado. Alma, calma. Está tranquilo, pues sabe que el partido por el que tanto ha dado se queda en las inmejorables manos de Calvo, Lastra y compañía. Aunque con otras palabras, a mí me ha parecido oírle decir algo similar a lo de Leguina. Vamos, que se la suda.

 

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