Comandante Fontanes, centenario del sufrimiento legionario

La Legión siempre ha estado plagada de anécdotas y acontecimientos que, de una u otra manera, han servido para engrandecer su gloriosa historia. Más de cien años de recorrido desde los primeros pasos del Tercio de Extranjeros han sido testigo de primera fila como la vanguardia y esos puestos de mayor riesgo que siempre ha reclamado.

Pero, precisamente hoy en esta festividad del Día del Padre, no podemos olvidar la figura paternal del comandante Fontanes, jefe y padre de aquellos primeros legionarios de la II Bandera "Carlos V". Su historia y su trágico final no están exentos de las lágrimas del sufrimiento que siempre han sido santo y seña de la Legión.

Esta fecha es especial al cumplirse hoy justo un siglo de aquel fatídico día, el 19 de marzo de 1922, en el que el comandante D. Carlos Rodríguez Fontanes se reunió con su amada Muerte después de una prolongada agonía y el generalizado pesar de sus hombres. Su partida hacia el V Tercio quedaría grabada en la mente y el corazón de aquellos primeros legionarios de su Bandera y, además, en el más profundo recuerdo de Millán-Astray, el fundador de la actual Legión.

Hombre cabal, firme, decidido y con un pasado militar arraigado –su padre había llegado a teniente coronel–, Fontanes era conocedor del peligro que le acechaba y, con ejemplaridad castrense, así se lo hacía ver y saber a unos y otros. 

Viudo y con nueve hijos, desempeñaba el papel del sacrificio, compartiendo su compleja situación familiar, con esposa y una hermana fallecidas poco tiempo atrás, con el fiel amor y entrega sin condiciones a su Patria.

Tras diversos destinos por la geografía española, su pasión por la milicia encontraría su momento más álgido al llegar al Tercio de Extranjeros para tomar el mando de la II Bandera en abril de 1921. Su predecesor y primer jefe de la II Bandera, el comandante Cirujeda, había tenido que abandonar el mando seis meses después de su creación a finales de 1920 por motivos de salud.

Fontanes había hecho acopio de un currículum intachable en el que, sobre todo, destacaría su protagonismo en la salvación de Melilla y las posteriores operaciones tras el Desastre de Annual. Así, se había hecho merecedor del glorioso respeto de todos los que le acompañaron hasta las últimas horas de vida.

El 18 de marzo de 1922, la II Bandera del Tercio, conocida como "del barro", iniciaba el Combate de Amvar, acción emprendida en la Meseta de Arkab, donde Fontanes alcanzaría la desdicha al ser elegido por el Destino para portar el plomo ardiente en el interior de sus intestinos al ir a socorrer a un capitán y un legionario cuyo carro había sido abatido por los rifeños.

Herido de gravedad y con la gran entereza que le caracterizaba, recordaba confiado la conversación que, sobre las heridas de bala en el vientre, había mantenido horas antes con el capitán médico D. Fidel Pagés. Paradójicamente, la preocupación del comandante se había quedado en un respiro de alivio tras escuchar las serenas y convincentes respuestas de Pagés restando importancia a esos trances siempre y cuando la primera cura se realizara antes de cuatro horas para, de esta manera, evitar un posible peligro de muerte.

 

Las horas iban transcurriendo y Fontanes, en espera de que su amigo y médico correspondiese a la llamada de auxilio, agonizaba junto a los que le habían visto caer herido.

"¿Dónde estará Pagés? ¿Dónde estará el doctor Pagés?", fueron las palabras que insistentemente pronunció mientras miraba su reloj una y otra vez a la espera de la respuesta del galeno y el implacable paso de aquellos minutos.

La noche del 18 de marzo dejó paso al siguiente amanecer, el del Día del Padre, en el que el velo de la dama sin rostro aguardaba el final de un hombre que se debatía entre la vida y la muerte mientras se escuchaban los desesperados sollozos de los que le habían velado en aquellos últimos suspiros.

Finalmente, el comandante Fontanes en un desesperado soplo final de vida pronunciaría estas palabras: "¿Pero no me curan? Mis hijos, las pobres niñas, pero es por la Patria. Decid al teniente coronel Millán-Astray que muero gritando: ¡Viva la Legión!".

Y ese fue el combate final en el que expiró con un último aliento de vida ante la irresistible señora vestida de blanco que, tras tomar su mano, desapareció junto a él hacia donde residen los que con honor le precedieron en el camino de la gloria eterna de la Legión.

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