Ante conductas homicidas, respuestas adecuadas
Leo en la prensa el aumento de los contagios por COVID entre jóvenes de 15 a 30 años. Leo que las fiestas del fin de semana, lejos de disminuir, van en aumento, y que hay un barrio de Madrid, cercano a la Universidad Complutense, confinado desde hace meses por culpa de las fiestas de esos estudiantes egoístas, insolidarios y descerebrados.
Es evidente que no basta con una simple multita para frenar estos comportamientos, ya que en muchos casos serán pagadas por los mismos padres que tan “bien” han educado a sus hijos, si es que llegan a pagarse. Dejar salir a esos individuos para que vuelvan a su entorno familiar, social o laboral sin ninguna prueba, teniendo en cuenta la alta probabilidad de que se hayan contagiado entre sí, es como soltar una probeta llena de coronavirus en una residencia de ancianos o en un centro comercial, una bomba de relojería tan asesina como un perturbado disparando indiscriminadamente.
La solución es mucho más simple: en vez de hacer salir a los participantes, dejarlos encerrados y precintados en la nave, discoteca o colegio mayor durante quince días mínimo, para que cumplan la misma cuarentena que pasaría cualquier persona, incluso sana, que viaje al extranjero. Y luego que salgan sólo si dan negativo en una prueba que, por supuesto, se tienen que pagar ellos. Si por ello pierden su trabajo o no pueden acudir a exámenes, que lo hubieran pensado antes.
Las mismas leyes excepcionales –confinamientos, cierres perimetrales– que se han dictado bajo el amparo del estado de alarma y que han impedido al resto de la población moverse libremente, se tienen que aplicar en estos casos, con mucha más razón, por razones sanitarias graves. Ante conductas homicidas, respuestas adecuadas.