Yo confieso que soy funcionario

Nunca imaginé que llegara el momento en el que el mayor pecado mortal que cometería en mi vida sería el de ser funcionario. Me cuesta mucho trabajo reconocerlo, más bien pensaba equivocadamente que los principios de mérito y capacidad, exigidos en nuestra carta magna a los servidores públicos, es decir a los funcionarios de carrera, garantizaban que los que conseguíamos ingresar en la Función Pública habíamos demostrado que éramos los mejor preparados de entre los numerosos candidatos que optábamos a conseguir una plaza de servidor público.

Lo cierto es que ayer no fue un buen día para los funcionarios, todos hubiéramos redactado escritos en un tono bastante desagradable, porque lo que más nos duele es el ataque a nuestro prestigio y dignidad, hasta el punto de que se está creando un caldo de cultivo que, por menos de nada, nos agredirán por la calle por el mero hecho de ser funcionario, así se pone de manifiesto en los correos que envía la gente durante las tertulias de los medios de comunicación y esto es lo que a mí me resulta especialmente grave y preocupante.

Nuestros políticos y nuestro Gobierno han provocado una ánima aversión hacia nuestro colectivo de tal forma que nos hemos convertido en el chivo expiatorio de todos los desmanes públicos y privados, como si fuésemos los culpables de que el sector privado se endeudase hasta las cejas durante 50 años con unas hipotecas que daba vértigo, con vacaciones a crédito, con préstamos a 10 años para adquirir unos vehículos de 50.000 euros (con salarios de 30.000) cuya vida útil era de 5 ó 6 años, el apartamento de la playa, el último modelo de portátil, o el air pone, el ipad, el ipod y un largo sin fin de desmanes para vivir como si fuesen ricos con salarios de mil euristas.

Además de los excesos del sector privado, nos vemos abocados a sufragar los del sector público, que no son pocos, cuyos políticos han utilizado nuestros votos para montar su propia agencia de colocación, creando un sin fin de empresas, organismos, fundaciones, etc., además de rodearse de miles de asesores y de prebendas a las que no están dispuestos a renunciar.

Así, los principios de mérito y capacidad consagrados en nuestra Carta Magna se han convertido en el mayor pecado mortal que hemos cometido aquéllos que nos preparamos una oposición y demostramos tener mayores conocimientos que nuestros competidores. Ahora algunos de esos competidores y otros que ni siquiera lo intentaron se permiten el lujo de menospreciarnos, por ello nos castigan para redimir nuestro más grave pecado mortal: HABER SUPERADO LAS PRUEBAS DE ACCESO A LA FUNCIÓN PÚBLICA.

 

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