El desafío del terrorismo islámico

El Islam no puede renunciar a la práctica terrorista. Políticamente, los movimientos islamistas asumen la violencia ante cualquier presunta agresión externa o contrariedad respecto de sus convicciones religiosas.

El último incidente del terrorismo islámico - el secuestro de un avión en Turquía con final feliz - manifiesta una vez más la turbulenta hostilidad y beligerancia del fundamentalismo islámico sobre Occidente. La presencia, incremento y penetración del Islam en Occidente se ha convertido no ya en una realidad incontrovertible, como sostiene Pedro Martínez Montávez en El reto del Islam, sino en una indeseable actuación política y religiosa que pretende ser, al mismo tiempo, la incorporación coactiva de una entera civilización. 

En El escándalo del Islam, José María Gironella dirá que el Islam ha renacido en el último tercio del siglo veinte con un carácter que podríamos calificar de desafío y de inseguridad. El Imperio del Islam, lejos de decrecer, "ha resurgido con un fervor que los expertos califican de inquietante". Allá donde las sociedades islámicas, como ocurre en el mundo árabe, no han experimentado el progresivo fenómeno de la secularización que ha ido conformando a las sociedades cristianas, debe hacer vigente en su literalidad la frase de Malraux: "el siglo XXI será religioso o no será". 

Parece de perogrullo recordar que entre "los pilares del Islam" no se encuentra precisamente la paz, por mucho que el talante gubernamental español se empeñe en defender lo contrario. Los signos de violencia islámica son un goteo permanente, como lo demuestra la inexistente tolerancia ante cualquier converso al cristianismo; violencia asesina que solicita la pena de muerte para el apóstata Mohamed Higari, el último de los cristianos conversos que ha demandado al Estado para que éste reconozca su nuevo Credo. 

¿Estamos ante una religión islámica agredida hace ya más de doscientos años por la expansión colonial del Occidente europeo cristiano, como piensan algunas voces que justificarían así cualquier actuación de naturaleza violenta islámica, una visión del mundo que pretende y presume de ser liberadora de atávicas servidumbres? ¿Presenta Occidente, como Jano, dos caras heterogéneas, la del progreso material y la de la práctica colonial que el Islam pretende librar a su favor?

¿O más bien es el mundo y la civilización islámica una religión opresiva, que delira con la actuación del factor religioso como mecanismo de reacción ante cualquier estrategia occidental para reactualizar y reponer desde él el liderazgo de la sociedad y de la vida? 

El Islam no puede renunciar a la práctica terrorista. Políticamente, los movimientos islamistas asumen la violencia ante cualquier presunta agresión externa o contrariedad respecto de sus convicciones religiosas. No acierto a encontrar, ni cultural, ni ideológicamente, un Islam fecundo y creativo, libre del terror y la violencia. El orden universal que desea instaurar el Islam sólo se acierta a comprender desde los hechos, donde se patentiza el resentimiento y el repliegue, una política expansionista y agresora cuando se estima necesario.

El patrimonio cultural y civilizador del mundo islámico no puede llevarnos a engaño. La Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada, la filosofía de Averroes, el esplendor científico y tecnológico del Al-Andalus son sólo un pretexto de convergencia y de memoria colectiva del mundo árabe islámico propugnado por la Alianza de Civilizaciones, pero nunca un elemento de valor, de cohesión con Occidente, de posibles objetivos colectivos o unitarios. La historia del Islam no favorece la concesión de cualquier propuesta unitaria, ni común o convergente. Hasta que los hechos, demuestren lo contrario.

 

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