Una deuda con el consulado

En marzo visité a unos parientes en la Argentina, cuando explotó la pandemia. Hubo gran desconcierto,  estaba en un país con una economía enferma y un gobierno que, como muchos débiles, atribuye  su ineficiencia a los demás (en este caso a los europeos que habíamos llevado la peste a la Argentina). Quedé un mes recluido en una pequeña ciudad a 700 km de Buenos Aires. Me puse en contacto con el consulado, y me asombró su eficacia. Asociaron los número de teléfono con cada persona, de modo que contestaban llamándote por tu nombre. Resolvieron problemas de todo tipo: enfermos que no podían comprar la medicación, turistas aislados que había que rescatar... Y siempre: ¡llamándoles por su nombre! Infundieron serenidad y actuaron con gran eficacia en un contexto muy adverso. Los dos días que duró el viaje de regreso tuve ocasión de escuchar muchas historias que enorgullecen a los españoles del cuerpo diplomático que tenemos.

Contrasta la profesionalidad de nuestros diplomáticos para resolver problemas con la de nuestros políticos. Pareciera que los únicos nombres que conocen son los de sus opositores. Cuando infundir serenidad y confianza es hoy más importante que nunca, transmiten crispación e incertidumbre, ajenos a las necesidades de los españoles. 

Quisiera agradecer públicamente la gran labor que el cuerpo diplomático está haciendo en el extranjero, era una deuda que tenía desde abril.

 

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