Días de odio

No se trata de un best-seller. Tampoco de un estreno de Hollywood o la película acreedora del primer premio en cualquier festival de cine. Hablamos del último grito, el latest hit, tu más próxima realidad, esa distopía orwelliana que, desde hace tiempo, no dejas de probar con el agrio sabor del presente y el añorado recuerdo de tu pasado. Del futuro, ni hablamos. El propio George Orwell te lo anticipó: "si quieres una imagen del futuro, imagina una bota pisando un rostro humano."

Nos referimos a esos días que se aproximan con elecciones a la vuelta de la esquina, mítines llenos de burdas promesas, discursos con vagas palabras a merced del viento, generación de nuevas olas pandémicas y, con el avispero agitado, sobredosis de odio y resentimiento; es decir, crispación total no exenta de distracción. Ahí, el miedo allana y promociona el camino para la expresión de fuertes emociones y, además, estigmatiza y fija su blanco, los objetivos, aquellos que abogan por la vía del disenso y la no adhesión al pensamiento único.

Es lo que toca como prolongación de esta nuevamente atípica Semana de Pasión (ya van dos) que, simple y llanamente, vivimos sin alardes de ningún tipo, la continuidad de una persistente discordia y la cada vez más amplia fracción social, capaz de distraer al más pintado y, al mismo tiempo, satisfacer egos e intereses de los gestores del odio. Es su alimento, con la suficiente carga de opiáceos a disposición de unas masas adormecidas que, en momentos de tensión preelectoral, despiertan de su letargo para saciar sus más bajas pasiones ante la llamada de una voz, la del amo, que manipula su conciencia, acción y pensamiento. Éste, único, es el primer epígrafe del dictado, el que ha de prevalecer contra viento y marea, contra cualquier atisbo de disidencia o el protagonista antagónico de su ideario. Tú eres el objetivo si no sabes marcar su paso, el del redoble de su tambor de odio. El totalitarismo no entiende ni admite otras propuestas.

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Aquello de seremos mejores personas y tal y cual de hace meses ha pasado a la historia. Efímero, como la situación de bienestar que disfrutan los que consideran la verdad como un acto revolucionario. Hemos inmolado aquel profético anhelo como consecuencia de la constante ausencia de soluciones, el ahogado silencio de la verdad, la ignominiosa complicidad de los medios, el férreo control de libertades esenciales, la debacle socio-económica y la adaptación de las leyes (cierres perimetrales incluidos) al gusto del que "democráticamente" dispone e impone, no del "consumidor". Tú, reconócelo, no pintas nada. Vamos, lo mismo que algún que otro partido del espectro político español. Nada es nada.

Para eso, hay una voz, la que tiene el eco más fuerte, la de mayor resonancia, la que presume de ese descarado cinismo que se codea con los hashtags de titulares al uso en serviles y sumisas portadas de prensa. Poderoso caballero es don Dinero; ya sabes, Money talks.

¿Recuerdas el #SalimosMasFuertes? ¿Y #EsteVirusLoParamosUnidos? ¿Y el #QuedateEnCasa? Sí, ¿no? Te acuerdas, ¿verdad? Pues sigue esperando, ahogándote con su infamia e indignidad. Como con los de otro tipo de eslóganes que no le van a la zaga en este reguero de miseria, desafección y flagrante pérdida de síntomas afectivos en nuestras relaciones personales. El impositivo miedo guarda la viña.

Y de muertes, ya ni hablamos. Es algo tan intrínseco de "su" nueva normalidad que, en las noticias, pasa casi o totalmente desapercibido. A estas alturas, nos hemos acostumbrado a que ni siquiera te den una cifra, un approach, de aquellos que, en muchos casos, no disfrutaron de un digno último adiós. Triste pero cierto. La muerte parece haberse aliado con la trivialidad y haberse vestido con las mejores galas de la frivolidad cuando hablamos de todos los que ya no están. 

Y el exceso de odio que se respira, anecdótico para el de la cartelera de próximas semanas, me ha trasladado a episodios puntuales, a recuerdos de lecturas, a aquellas semanas de fastos organizadas por Parsons, el "pagafantas" del partido, el tonto útil del Estado en "1984" de Orwell.

 

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Aquí y ahora, no le tenemos, aunque no se le echa de menos ante la abundancia de los que practican el ejercicio de la necedad no exenta del peloteo fácil. Con estas características, el súbdito progresa en su camino hallando un hueco entre siervos y asesores para trepar por esa escalera de infames peldaños que sufragan su modus vivendiEl legado, aquel reflejo ficticio, del osado vecino de Winston Smith es innegable, como prueban los prolíficos ejemplos que pululan en nuestro entorno y nuestra más rabiosa (será por el odio) actualidad.

Y esos herederos de aquel Parsons están a la orden del día. Su servilismo manifiesto apesta al dejar un rastro en el entorno, en su prole e, incluso, en sus propios sueños cuando el subconsciente se atreve a jugar malas pasadas y la pesadilla que vives te insta a derrocar al tirano con un desgarrador y delatador grito de protesta.

Es parte del juego, de ese sueño espiado por la Policía del Pensamiento bajo las directrices del Ministerio de la Verdad, que será sofocado por el piolet de turno o el chivatazo del que busca un ascenso o, directamente y sin rodilleras, el carguito de turno.

Es el resultado final de todo aquel que osa a alzar la voz, aunque sea en estado somnoliento, a buscar la confrontación con el Establishment poniendo en duda sus planteamientos, a equivocarse en el destinatario de su ira. 

Es la expresión de un odio humanizado ante el tiránico sufrimiento del individuo, manipulado y maniatado, que cuenta las horas y marca los momentos en las páginas del mismo calendario de esos días de odio que se avecinan.

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