La diosa ciencia y la apostasía de sus “fieles”

El embrión de un nuevo ser humano, que está en el cuerpo de la madre pero que no es su cuerpo ni, desde luego, su vida

La diosa ciencia y la apostasía de sus “fieles”.
La diosa ciencia y la apostasía de sus “fieles”.

Sólo creerían a la ciencia, decían. No era cierto. Cuando esta probó que desde el momento de la concepción hay una nueva vida humana, que no es un grano, un pólipo, una masa informe del cuerpo de la madre, sino el embrión de un nuevo ser humano, que está en el cuerpo de la madre pero que no es su cuerpo ni, desde luego, su vida, muchos renegaron de esta verdad científica, se rebelaron contra su diosa y apostataron de su fe. La desterraron por distante y terca para adoptar otra divinidad mejor: su Yo. Su credo serán sus propios caprichos y, el egoísmo, su ley. Cada Yo, subido a los altares y henchido de soberbia, reclama ofrendas de satisfacción. Un nuevo dios cercano y flexible al que profesar obediencia sin temor. Y no son pocos los tránsfugas de deidad.

Entre estos, los centenares de miles de madres que han abortado una o más veces, y entre las que las hay dispuestas a repetir; sanitarios encallecidos en el perjurio hipocrático; padres que presionan a sus hijas embarazadas para que se deshagan de sus nietos; educadores con mudez selectiva; juristas que desestiman los derechos humanos y la protección de los inocentes; políticos presumiendo de la defensa de los más débiles e indefensos; comunicadores que prostituyen el lenguaje y las ideas; frívolos e inmaduros que disfrutan de sus cuerpos sin importarles las consecuencias; votantes que detestan perder nada de lo que se ha "conseguido"...
Hace varias décadas, cuando se empezaba a hablar de despenalizar el aborto en España, leí un articulo, del que lamento no recordar el autor, titulado “Después del aborto, la ley de la selva”. Podía parecer, en aquellos tiempos, una exageración. Hoy, bastaría comprobar las estadísticas oficiales para ver que unas 90.000 vidas humanas se eliminan, no se interrumpen, cada año en España tan tranquilamente. Aunque las reales son bastantes más. Si multiplicamos por los años que se llevan realizando estos sacrificios a los nuevos dioses, podríamos medir la magnitud de la matanza en cifras oficiales. Pero no hemos tocado techo, aunque más propio sería decir fondo.

Conquistado este “derecho” a eliminar la vida en el vientre de la madre, otros esperan ya su turno para ser reclamados. Por ejemplo el infanticidio legal. En California están impulsando una ley para despenalizar la muerte de un bebé hasta 28 días después de su nacimiento(1); la Organización Mundial de la Salud (OMS) está promoviendo el derecho al aborto libre hasta el mismo momento del nacimiento (¿tardarán en exigir la obligatoriedad de abortar?)(2); un estallido de infanticidios en Alemania ha impulsado a las ciudades a instalar en los hospitales las “Baby-Klappe”, ventanillas donde las madres con hijos no deseados puedan dejarlos antes de matarlos(3).
Lo dicho, la ley de la selva.

Es cierto que de la sangre de los inocentes responderán un día cada uno de sus asesinos, cómplices y encubridores. Pero no debemos de ignorar que también clama justicia por la denegación de auxilio que, como sociedad, practicamos con ellos una y otra vez.

Contribuiremos a terminar con esta salvajada no mirando para otro lado y dándoles voz; diciendo la verdad a los que vienen detrás, para que la conozcan tal cual es: como las criaturas tratan de escapar a la cuchilla que se acerca para trocearlos y sufren con cada tajada, como intentan evitar la tenaza que viene para arrancarles su cabecita, o como se retuercen al ser envenenados dentro, y se resisten al aspirador que quiere arrancarlos de su mamá para ser arrojados fuera(4); apoyando a asociaciones Provida; no votando a quien no busque reconducir esta situación o, al menos, reducir su impacto; rezando para que los ciegos abran sus ojos a la vida y sus opciones, escuchen al corazón y se conviertan, para que esta masacre se detenga cuanto antes.

Será una manera de disminuir la parte de responsabilidad que a cada uno le pueda corresponder.

 

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