Disuasión trampa

Fachada del Ministerio de Defensa.
Ministerio de Defensa.

En el fondo del corazón humano, sin embargo, algo nos dice que hacer daño a otro no está bien. Aunque solo sea porque la recíproca nos resulte desagradable. No nos gustaría que el otro viese como bueno hacerme daño a mi. Puede que sea una pequeña corrupción por interés, o no. Pero, bueno, este sentimiento es universal. Lo que no obsta para que existan personas que, para conseguir lo que quieren, vean bien hacer lo que sea y a quien sea. Estos individuos son muy interesantes a la hora de analizar la disuasión. Tienen una ventaja a la hora de identificarlos. Carecen de escrúpulos, también para manifestarse como son. Y no tienen tasa a la hora de armarse hasta los dientes propios, y los de las generaciones que les sucedan. Tener para dar y tomar, aunque sobreabunde. Infundir no respeto, sino pavor, para dejar expedito el camino hacia sus objetivos. De entre los mayoritarios, los hay plenamente convencidos de la inmoralidad de provocar mal al prójimo. Otros, no tanto. Pero no quieren ser etiquetados de mala gente, ni sentirse del todo mal consigo mismos. Para vencer ambas dificultades han desarrollado unos resultones ejercicios de cinismo. Su habilidad los ha vuelto de apariencia más humana. ¿Y en qué se nota? Pues, verbigracia, en que ponen apellido a las armas de matar. Así, hay armamento defensivo, por ejemplo, un misil; y armamento de ataque, como un misil. Si, los dos son iguales, y ambos matan. Pero no compares, con uno mato cuando me defiendo y, con el otro, me matan cuando me atacan. Otro signo es el cambio de nombre. Ya no hay Ministerio de la Guerra, que era antiguamente el encargado de hacerla. Ahora hay Ministerio de Defensa, que es actualmente el encargado de hacer la guerra. Esta vez para defendernos. Desconozco si ya habrán sustituido, por su incorrección, aquella vetusta sentencia del “ si vis pacem, para bellum” por esta otra más cortés e irreprochable: “si quieres la paz, prepara tu defensa”. 

Porque nadie duda que todo el mundo tiene derecho a su legítima defensa. Nos preparamos para hacer la guerra, si; pero que quede claro que es sólo para defendernos. Y, obviamente, cuanto más y mejor me arme, más eficaz será mi defensa. Es lo que hay. Lo que ha habido siempre. Gente dispuesta a matar para lograr lo que anhela. Gente que rechaza de plano el uso de las armas. Gente entre Pinto y Valdemoro, que a veces si y a veces no, que quieren que se note o que se oculte, según el interés. En ambas modalidades, defensa y ataque, la primera premisa es que hay que saber hacer la guerra. La segunda, que hay que tener con qué. Y, por supuesto, intentar que nuestro armamento sea superior al del enemigo. Pero esta argumentación tienen toda la pinta de terminar en sofisma. Armarse nunca se acaba. Esta acción tiene inercia. Nos arrastra y continuamente pide más: armamento, inversión,… y menos dinero para otras necesidades, incluso vitales, pues los recursos son limitados. Lo que dediques de más a la guerra se lo tienes que quitar a otra cosa. ¿Cuál es el límite?, ¿cómo se establece la proporcionalidad?, ¿dónde está la frontera entre lo razonable y lo irracional? La realidad es incuestionable. Y a los hechos me remito. Esta dinámica ha llevado a varios países a disponer de un arsenal de tal envergadura, que es capaz de despedazar el planeta varias veces en tan solo en unos minutos, incluyéndose a si mismos. Francamente, no veo la lógica de todo esto. Lo que puede deberse a dos motivos: uno, que efectivamente no la tenga; o, dos, que por el contrario si tenga su razón de ser, pero que a mi se me escape. Si estamos en el primer caso, podemos sentirnos sobradamente intranquilos, al verificar hasta que punto llega la estupidez de quienes se sienten llamados a protegernos con su disuasión, y de cuyas manos pende nuestro destino. La otra opción nos permite disfrutar de una completa inseguridad razonada. Quizá, para quienes lo entiendan, sea un consuelo. ¿Disuadir o ser disuadidos?, o cuando el disuadido eres tú. Tal vez, si amasamos un poco más la materia que nos ocupa, nos salga el pan o, al menos, una torta. Todos habremos contemplado alguna vez un incidente, de circulación por ejemplo, que ha comportado malos modos, discusiones, insultos, y puede que también golpes. Incluso sin haberse llegado a producir la colisión de los vehículos. Si las cosas acaban derivado en puñetazos, no sería de extrañar que sus consecuencias fueran peores que el accidente en sí. ¿Cómo creemos que terminaría la cosa, si los enzarzados tuviesen al alcance de la mano un barra de hierro, o llevasen encima un arma blanca?,… ¿y una pistola? ¿Alguien cree que aumentarían las probabilidades de resolver el asunto sin consecuencias o que, si las hubiese, éstas serían más livianas? Si una de las partes no fuese “sensible” a la disuasión, el final sería acorde a lo que decida el más irracional. En momentos de crispación y de enfrentamiento, mejor no tener a mano lo que nos haga cometer algo sin vuelta atrás, y si bastante sangre fría y sentido común. Consideremos, por otra parte: ¿Quien será el disuasivo que disuada cuando, al otro lado, no hay escrúpulos, ni respeto a la vida, ni a la propia ni, mucho menos, a la ajena? ¿Cómo se disuade al que está desesperado, al que no tiene nada que perder, al que todo le da igual? ¿Y, al fanático, al ninguneado, burlado y despreciado?. ¿No conocemos casos, que se producen con demasiada frecuencia, de terroristas que portan una bomba sobre su cuerpo para reventarse por lo que creen una causa justa o superior?. ¿No nos estamos habituando a ver a padres/madres que matan a sus propios hijos por despecho y como venganza hacia su “contraria”(o), y que luego se suicidan? ¿Es responsable cruzarse de brazos, y también los dedos, y dormir tranquilamente sobre el polvorín en que hemos convertido la Tierra, sin hacer nada, confiando que no surja otro psicópata, que se sienta salvador o despechado, o… como tantos que ha habido en la Historia? Y aquí adquiere relevancia trascendental la disuasión nuclear. Los insensatos, son refractarios a los argumentos. La única razón es lo que ellos quieren. No les importan las bombas, sólo salirse con la suya. Por ineficaz, la disuasión nuclear es para éstos innecesaria. Es más, ¿quién sería el disuadido, incluso de ejercer su legítima defensa?. El sensato ante el insensato descartará aún, en ocasiones, el uso de armas convencionales para no provocar la utilización de las nucleares por parte del insensato. Los sensatos no precisan que les lluevan bombas para comprender argumentos, porque reaccionan a estímulos de la razón. Sopesan consecuencias. Para éllos también es innecesaria la disuasión nuclear. Únicamente cabría considerar un caso en el que podría ser útil para los sensatos que se enfrentan. Se produciría cuando éstos, valorando el saldo daño/beneficio, se abstendrían de lanzar las bombas nucleares, y de dar pie a recibirlas. La disuasión habría funcionado. Aunque aquí entraría en cuestión si el calificativo de sensatos sería justamente aplicado. Y me explico. ¿Es sensato acumular tal cantidad de bombas de destrucción masiva para no utilizarlas nunca?. Si enfrente tiene a alguien que también razona, ambos sabrán que no las usarán. Entonces, ¿para qué las quieren, para qué tantos recursos apalancados, esperando su obsolescencia?. ¿Para asustar? ¿O para usar contra el inferior, que no dispone de ese potencial, y abreviar un conflicto? Inclusive para esto, ¿es necesaria semejante capacidad de devastación?. ¿No es, para más inri, contraproducente? Veamos. Ese pequeño, viéndose tan desvalido, estará soñando cada día, y haciendo lo posible para conseguir el preciado botón, que le permita entrar en el club de los respetados por temor. Es generar un amenazante huracán, que puede arrastrar a muchos pequeños. Cinco grandes es una cosa. Quince ya es otra completamente distinta, porque los de la misma “talla” de los diez últimos incorporados, sentirán la necesidad de hacer valer ante ellos su “estatura”. Un movimiento uniformemente acelerado de terribles consecuencias, habida cuenta de que las medidas de seguridad en todas partes no reunirían las mismas garantías. Esta disuasión tiene su tendón de Aquiles. Es imprescindible, en mi opinión, romper mientras es posible ese círculo vicioso, esta carrera absurda, innecesaria, costosísima y que comporta riesgos inasumibles para el género humano. Y eso se hace dando un primer paso, tomando la decisión del desarme nuclear, para empezar. Y, sin esperar más, comenzar a descender de esa posición de funambulista sin red, descartando la cuerda floja del equilibrio inestable, para volver a pisar la tierra firme de la cordura. Y ya que mencionamos los círculos de vicio, deberíamos hacer mención a otro, que tienen más relación con lo dicho hasta hora de lo que pueda parecer, y que reseño brevemente. A nadie se le escapa que, en las confrontaciones, hay un trasfondo económico, siendo en la mayoría de los casos su causa y su motivación. Hoy se propugna una economía circular, que tiene tan buena prensa porque los recursos no son inagotables. Habría que pensar si sus criterios no llevan ya tiempo aplicándose por los señores de la guerra. Ida: fabrica bombas, actualiza bombas, vende bombas, tira bombas, vuelve a fabricar bombas,… aumenta beneficios. Vuelta: Ve al lugar de las bombas, reconstruye lo que destrozaron tus bombas,... multiplica ganancias. Un dantesco círculo de muerte y dinero, que se retroalimenta. Y que tiene felices a los de “los objetivos son los objetivos”. Otra amenaza seria, que necesita igualmente su disuasión.

 

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