El dolor del no nacido

¡Cuánto siento que no me hayas permitido llegar a nacer!

Mamá, perdona que te llame así, pero para mí continuarás siendo mi madre por toda la eternidad. ¡Cuánto siento que no me hayas permitido llegar a nacer! Alegaste como uno de tus motivos, que te aquejaba una gran debilidad, debido a que tenías vómitos y tensión nerviosa. Dijiste también que te sentiste abandonada por mi padre, y por esto me abandonaste a mi en las manos del “abortero”. ¿Acaso fue culpa mía haber sido creado en el transcurso de una aventura amorosa, en la cual quizás buscabas cariño, comprensión o compañía?   Comprende que yo también necesitaba todo esto, y que sólo fui una víctima inocente de un momento de pasión. Si fue un error de juventud o si fue una violación, o fue algo no deseado, sabías que hay centros de adopción, que frecuentan muchas parejas que no pueden tener hijos. Quisiera haber podido gritar públicamente que la razón más poderosa, la que posiblemente nadie te expuso, era que aunque yo no había nacido todavía, era un ser humano, no un pedazo o un coágulo de sangre como dicen algunos.   Mi corazón –ese corazón que podía haberte querido mucho- comenzó a latir a los 21 días de ser concebido y mi cerebro comenzó a funcionar a las seis semanas. Aunque sólo contaba 10 semanas de concebido al morir, ya que tenía manitas, que tanto te podían haber acariciado y piececitos, que podían haber corrido tras de ti, mis manitas ya tenían huellas digitales, huellas que mostraban mi identidad y mi individualidad. ¿No hay nadie que nos proteja? Tenemos derecho a vivir.

 

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