Un drama infinito

100.000 abortos, en cifras redondas, son las frías cifras de este drama infinito. La dictadura de un pensamiento políticamente correcto hace muy difícil defender lo razonable: que la vida es mejor que la muerte, que los esfuerzos se deben encaminar a la ayuda de madres necesitadas y no a la eliminación de aquel (el no nacido) que es considerado un problema insuperable.

Ni las clínicas privadas ni, lo que es más grave, la administración pública, que tanto dinero se gasta en campañas inútiles, informan a las mujeres en general, o al menos a las que quieren abortar, del riesgo, de los graves efectos post-traumáticos que pueden tener sobre la salud psíquica, e incluso física, de la mujer que ha abortado.

Los psiquiatras conocen y tratan a multitud de mujeres afectadas por duras secuelas que arrastran a lo largo de los años. En la escuela, la educación sexual que promueven los poderes públicos se basa en la incitación al coito, pero se censura todo conocimiento sobre el desarrollo del feto, y lo que significa el aborto para el mismo y para la mujer. Se disocia toda relación entre afectividad y sexualidad en pro de una libertad mal entendida y con una base antropológica transida de una concepción del ser humano como realidad pura y exclusivamente biológica.

 

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