La elegancia
Como dicen los entendidos es un conjunto de cualidades externas, visibles, que reflejan el equilibrio, la personalidad y educación de una persona. Ayuda a actuar segura, con naturalidad y distinción, sabiendo conducirnos con dignidad; nos ayuda a ser intransigentes y desdice de una persona, por muy de moda que esté.
El arte de saber vestir tiene como finalidad, “aunque parcialmente la de poner en moderado realce la belleza del cuerpo humano, obra maestra de la creación divina, pero de modo que no quede ofuscado, sino que, al contrario, sea exaltado…”
Es conocido por todos el adagio popular que afirma “la cara es el espejo del alma”. Y todos, al ver por primera vez a una persona, formamos instintivamente un primer concepto de su personalidad a través de su aspecto.
Hoy día, puede decirse que no siempre resulta cierto ese refrán, y que el porte, los modales, la mirada, los gestos, no siempre expresan la interioridad que lo habita. La tendencia, tan frecuente a igualar los modelos, de forma que puedan ser usados indistintamente por hombres y mujeres, esconde muchas veces, por parte de quienes los diseñan y los difunden, cuando menos una idea equivocada de lo que significa la diversidad de sexos, que –en contra de lo que piensan- nada tiene que ver con la inferioridad de la mujer frente al hombre.
También la discreción al hablar manifiesta una sensibilidad madura, que sabe reservar la propia intimidad espiritual y no la comparte con cualquiera.
Con nuestra conversación hemos de poner de manifiesto, descaradamente cuando sea necesario, la belleza de esta virtud y los innumerables frutos que de ella se derivan; la mayor capacidad de amar, la generosidad, la alegría, la finura de alma… Y como nó, también la elegancia.
