España necesita un Procés

Según los datos del CEO de la Generalitat, en 2006 solo el 13,9% de los catalanes quería la independencia, mientras en 2013 se alcanzaba un histórico 48,5%. En solo siete años el apoyo a la independencia aumentó en un 348,9%. Bastó que la antigua Convergencia se convirtiera al fundamentalismo secesionista para que en una misma manifa se juntaran conservadores, antisistema, comunistas y liberales bajo una misma bandera, compartiendo un proyecto común. Ingeniería social en estado puro. ¿Te imaginas a un votante de Vox y a uno de Podemos en Colón emocionándose con la misma simbología? Acojonante.

Por eso, después de estos años de desgaste institucional, quizás deberíamos plantearnos: ¿y si España necesita un Procés? El independentismo tiene un punto débil y es que la mayoría de quienes cuelgan hoy esteladas de sus balcones hace unos años creían en el proyecto español. Solo hay que darle la vuelta a la tortilla. Por muy difícil que parezca, en política nada es imposible.

Todos sabemos que la fórmula que de verdad cambiará los problemas estructurales de nuestro dividido país pasa por un centro político que encuentre consenso entre izquierdas y derechas. Imaginemos algo utópico, repito: utópico. Imaginemos a una izquierda patriota y españolista que defienda un mercado laboral flexible como en Dinamarca, una reforma del sistema de pensiones como la mochila austriaca, libertad educativa como en Suecia y hasta bajadas de impuestos como los socialistas portugueses. Imaginemos ahora a una derecha que defienda aumentar el gasto público en sanidad, educación e investigación, que defienda con firmeza una transición ecológica hacia una economía circular, que lidere el respeto a los derechos humanos y (ojo a esto) sea republicana.

Somos muchos los monárquicos que nos hemos cansado de defender a la Corona. La patria no la representan ni partidos políticos ni instituciones, sino el pueblo. En un sistema de meritocracia, ni el poder público debe heredarse por la sangre ni la jefatura del Estado debe estar en manos de una familia. La Corona fue clave en una transición sin igual, pero ya ha cumplido su misión. Necesitamos renovar nuestros ya desgastados símbolos para ofrecer un nuevo proyecto que nos haga participes a las nuevas generaciones. Algo que emocione y ofrezca ilusión.

Evidentemente, todo esto ahora no es más que un sueño, un porvenir. Con un vicepresidente que defiende el derecho a la autodeterminación dentro de un Estado europeo, tocar la Constitución es un acto de irresponsabilidad y suicidio nacional. Para que eso fuese posible la casta política actual debe desaparecer y el discurso debe cambiar. Cuando eso ocurra (y ocurrirá) podremos plantear un nuevo pacto del 78 y una verdadera reconciliación. Aún queda futuro.

 

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