“Geopolítica del día anterior” y nuevo orden

Nuevos medios para una geopolítica ancestral. (Capítulo III de IV)

“Geopolítica del día anterior” y nuevo orden.
“Geopolítica del día anterior” y nuevo orden.

Desde que el hombre es hombre, en su lucha por la supervivencia, ha tenido la predisposición a ver al otro como oponente; a su tribu como competidora por los recursos. La alternativa al alcance de la mano, garrote o mazo: tu vida o la mía.

La tierra convertida en una selva y la vida entendida como sumisión al más fuerte.

Un continuo estar defendiéndose de los demás, a los que se juzga duramente.

La sociedad no es un ente abstracto. Se nutre, antes como ahora, de la bondad o maldad de las personas que la conforman.

“Las pasiones humanas han sido y siguen siendo una constante, debilidades eternas que llevan a realizar tretas y ardides en cuanto se tiene ocasión. Los avances tecnológicos tan solo sirven para emplear nuevos medios y procedimientos, pero no para refrenar o encauzar sentimientos” (“Así se domina el mundo”, Pedro Baños).

Con tales inclinaciones los países siguen afanándose en tomar ventaja, en ocupar posiciones de dominio terrestre y espacial, en aumentar su poder para conseguir su libertad de hacer y deshacer sin que nadie les tosa. Y no cesan cuando lo han conseguido, porque el miedo a perder su puesto dominante, así como el complejo de superioridad, de creerse mejores y con la facultad de imponer los criterios propios a los demás, les impiden apearse de ese tren. Y en esa marcha por la historia recorren la misma línea férrea de siempre, la que arranca en la búsqueda continua de las debilidades y carencias de los demás, y su promoción en beneficio propio. Continúa discurriendo por las estaciones de la mentira, el engaño, la acusación falsa, la manipulación de la opinión con argumentos de desinformación masiva (que tantos medios se apresuran a difundir, quizás porque estén a sueldo o hayan recibido el pago por anticipado), las leyendas negras, etc... Y todo ello, entre paisajes hábilmente delineados para mantener a salvo sus intereses ocultos, con el concurso obvio de sus servicios secretos. Ellos sabrán si este apellido les encaja mejor por ser sus acciones reservadas o inconfesables.

El cinismo es plato fijo que se sirve en el vagón de las relaciones internacionales. La duda asalta a los pasajeros, que miran con desconfianza a todos lados y se preguntan, incluso sobre quienes comparten mesa y mantel: ¿para que necesitamos enemigos si ya disfrutamos de estos aliados?...

Como la osadía no conoce límite, la desfachatez se hace mayúscula recurriendo a la creación de organizaciones supranacionales, donde se consolida el mando supremo de los poderosos y se toman decisiones para imponer, o no, obligaciones y valores sobre los inferiores, arrogándose un fuero sin origen justificado y con jurisdicción donde, cuando y sobre quien convenga.

“La verdad es la primera víctima de la guerra”, decía ya hace 2.500 años el dramaturgo griego Esquilo de Eulesis. Pero yo me pregunto si no se había aniquilado antes, durante la paz o su apariencia.

 

Mientras tanto, seguimos nuestro viaje acomodados en clase “comportamientos ancestrales”. Eso sí, avituallados con los mejores medios de comunicación y el mayor conocimiento de todos los tiempos. Hasta disponemos de inteligencia artificial para evaluar nuestras capacidades y necesidades y facilitarnos las decisiones en tiempo real, tras infinitas y aleatorias combinaciones de riesgos y amenazas. ¿Mayor motivo de alarma? ¿Cuál será el futuro de la humanidad si apoya su destino en soluciones aportadas por las máquinas?. En la película WarGames llegaron a concluir que la guerra es un extraño juego, en el que el único movimiento para ganar es no jugar, porque el daño o la destrucción mutua estaba asegurada. Pero, claro, era una ficción planteada por un guionista de carne y hueso.

Es comprensible que a uno le apetezca mantener la cabeza debajo del ala para evitar imaginarse, intuir o predecir que el ser humano se aproxima a su estación término, y que es solo cuestión de tiempo alcanzarla. Desde luego, los descomunales medios de destrucción que ha acumulado se bastan y sobran para conseguirlo.

Por otro lado, la historia desmiente que la disuasión basada en armarse hasta los dientes haya valido para hacer menos extensas y sangrientas las guerras. Ni mucho menos, que sirviese para terminar con ellas. Nada hace suponer que continuando por el mismo camino de hierro se vaya a lograr. A pesar de todo, proseguimos con la dinámica de pasar la patata caliente, o el globo que se va hinchando, a la siguiente generación. Desconocemos a cuál le explotará, pero lo que si sabemos es que lo hará.

Si nos dejamos llevar, negándonos a mirar la realidad a la cara y a tomar el toro por los cuernos, solo nos restará esperar a que aparezca en escena el o los descerebrados y fanáticos oportunos, sin nada que perder, que pichen el inflable y se produzca la confrontación que aguarda su momento, para convertir el otrora bello y rico geoide en basura espacial.

En mi opinión, hay una única posibilidad de detener esta inexorable cuenta atrás, mientras aún hay tiempo, y que se apunta como segunda conclusión: Es cambiar de agujas, para abandonar definitivamente esta vía muerta de la geopolítica malacostumbrada, y tomar otra de nuevo trazado, afirmado sobre traviesas de paz y con destino el futuro.

 “Nada se pierde con la paz y todo se puede perder con la guerra”. (Pio XII, 24 agosto 1.939)

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