“Geopolítica del día anterior” y nuevo orden

Geopolítica y Futuro. (Capítulo IV de IV).

“Geopolítica del día anterior” y nuevo orden.
“Geopolítica del día anterior” y nuevo orden.

Tengo la convicción de que la geopolítica actual o, lo que es lo mismo, la vieja y la de siempre, deberá plantearse más pronto que tarde su transformación. Sus prescripciones no tienen futuro, porque con ellas tampoco lo tiene el ser humano. En su loca carrera solo le resta confiarse, como mal menor, al “día después”, cuyo amanecer nadie le puede asegurar.

Seamos sinceros, por mucha situación de ventaja que uno haya alcanzado en el contexto mundial: ¿quién será el disuasivo que disuada cuando, al otro lado, no hay escrúpulos, ni respeto a la vida, ni a la propia ni mucho menos a la ajena? ¿Cómo se disuade al que está desesperado, al que no tiene nada que perder, al que todo le da igual? ¿Y, al fanático, al ninguneado, burlado y despreciado?.

Está claro que si una de las partes enfrentadas no fuese “sensible” a la disuasión, el final sería acorde con lo que decida el más irracional. (No puedo extenderme aquí, pero -si se desea- puede verse una explicación ampliada, y perdón por la auto cita, en el artículo titulado “Disuasión y sensatez” y que se desarrolla en tres capítulos: “Nueva Teoría de la Evolución”, “Disuasión trampa” y “Por una disuasión positiva”, que fueron publicados en marzo de 2022). 

No menos importante es hallar respuesta a esta otra cuestión: ¿quién frena al que tiene todos los medios para imponerse por la fuerza al débil? ¿O es que tener poder es sinónimo de ser el bueno?

Es apremiante abrir paso a la que me he atrevido a llamar “geopolítica del día anterior”. Esa que si puede implementar las maneras y los medios que eviten dar pie al último.

Doy por hecho que la inercia vital que traemos buscará hacer cumplir su ecuación de movimiento, empujándonos a pensar que esta proposición es hija de la ingenuidad, de los que “creen en los peces de colores”, o que estoy planteando lo que se podría denominar “geopolítica de pitiminí para mentecatos”. Y comprendo dicha actitud.

Porque, lamentablemente, existe el convencimiento general de que los enfrentamientos seguirán por los siglos de los siglos, aceptando que la especie humana lleva la confrontación en su ADN. Es como un tabú sociológico, que oculta y echa tierra sobre otras posibilidades reales de vivir y convivir y que, desde luego, se compadecen más con la verdad y grandeza del ser humano.

Todos habremos comprobado en alguna ocasión lo que se consigue cuando la gente se une para paliar una catástrofe o una calamidad, propiciando el milagro de la solidaridad. Compartir no divide, sino que tiene un efecto multiplicador. ¿Quién podía sospechar que de la fusión de dos inapreciables átomos se obtendría una fuente increíble de energía? ¿Qué no se conseguirá de la unión de las mentes y los corazones humanos?

Otra civilización es posible. Mientras no admitamos que, ciertamente, somos capaces de lo mejor, y que esta posibilidad no es algo utópico, sino alcanzable (con esfuerzo, eso si), continuaremos resignados a lo de siempre, y lo que ya conocemos seguirá siendo así. Este es el primer obstáculo a salvar: nuestra auto limitación y nuestro conformismo.

 

Magnificar la dificultad es sembrar derrotismo. Es la llave que abre paso al abandono y echa el cierre a la puerta de la dignidad.

Hace falta un proyecto diferente, con más puentes y viaductos, y menos casamatas y trincheras. Capaz de plasmar en obras todo lo que favorece la comunicación, las salidas y el enriquecimiento mutuo, antes que multiplicar fortificaciones, encerronas y emboscadas. Es necesaria una geopolítica distinta. Prudente, si; pero, a la par, con el valor de pensar en grande. Que estudie y descubra los recursos del planeta y las riquezas y carencias de los pueblos que lo habitan, con la finalidad de encontrar, proponer y arbitrar la forma más sobresaliente y humana de un desarrollo compartido y complementario, tomándose como un desafío la promoción de todos sin excepción.

La inteligencia empleada en la creación de lazos de amistad en lugar de enemigos.

El empeño perseverante en la conquista del dominio de la tierra y lo que la circunda, y no de su población; sin potencia sometedora, ni colonias explotadas.

Conocernos, respetarnos, apoyarnos, colaborar, compartir, sin desperdiciar el talento de otros pueblos, ayudarnos a mejorar,... nos ennoblece y nos hace crecer como personas y como sociedad. Crecer con, no a costa de.
No es una quimera. Es lo que se espera. No es para mentes cerradas. Es para las abiertas. No es para los de latidos sordos, sino para los de corazones que hablan. A ellos es a quienes espera el triunfo en esta batalla, que no se puede ganar si no se da, y en la que alistarse más merece la pena.

Y si nos preguntásemos ¿cuál debe ser el primer paso?. De nuestro interior vendría la respuesta: “¡el mío!”. Empezando por el teatro de operaciones de nuestra propia casa, el del vecindario,... para generar ese cambio necesario. Que no vendrá de arriba, sino de los de abajo: sus protagonistas. Los que dan y quitan el poder, que son el aguijón de sus representantes y su espuela ante los obstáculos.

De este modo, si se podría construir entre todos un nuevo orden mundial digno de tal nombre. Se le haría justicia en su triple término: por Nuevo, pues no se ha conseguido hasta la fecha; por hacer las cosas por su orden, porque se comienza el edificio por unos cimientos asentados sobre la base sólida del conocimiento de la naturaleza humana, y se construye respetando la ecología de la persona, y no por el tejado o desde los “penthouse” donde suelen morar las élites que pretenden nuestro diseño, y que desconocen que no es a esa altura desde donde se obtiene la perspectiva que permite descubrir la verdadera talla del hombre y de la mujer; y mundial, porque busca el beneficio de todos sin exclusiones.

Pienso que cada cual, a su nivel, tiene parte en la responsabilidad de evitar el punto sin retorno, el del lamento sin consuelo, que acecha a la humanidad para dejarle su fruto de muerte y desolación en una geografía deformada.

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