La gran crisis de nuestras vidas

“Estamos viviendo la gran crisis de nuestras vidas”, esta es la frase que rescaté del discurso de nuestro presidente en su intervención de este sábado pasado. Luego ya me perdí en su infinita retahíla de bonitas imágenes que luego no me encajan con el barrizal político al que él, y los demás de su clase, nos tienen acostumbrados. 

Recuerdo una conferencia de mi época universitaria. En ella uno de los conferenciantes comentaba que la crisis era inherente al ser humano, y que de ella dependía en gran medida nuestro avance y evolución. En aquel entonces (2008) empezábamos a vislumbrar la que iba a ser una crisis que tumbaría, y casi noquearía, a la economía española. Además puso en jaque un crecimiento basado en el “ladrillazo”, que ahora nos parece una locura pero que por entonces era la base del “milagro de la economía española” y todos aplaudíamos.

Y aquí estamos de nuevo, con otra crisis de la que estamos empezando a ver la alargadísima sombra que proyecta, probablemente mucho mayor que la anterior. 

No paro de darle vueltas al hecho de que una situación así nos aporta varias cosas positivas. Primero arroja una luz que no entiende de demagogia, o discursos trufados de pensamiento débil, sino que lo somete todo a un escrutinio crudo, severo, pero dolorosamente realista. Es como un foco que pone las cosas en su sitio y le da a cada una de ellas el valor que en realidad debe de tener. Especialmente cuando la sociedad en la que vivimos perdió la cabeza yendo detrás de fantasías socio/económicas un tanto alocadas. 

El otro aspecto que aporta una crisis es el de la oportunidad. Quizá ya nos hemos cansado de oír este mantra durante estas semanas de confinamiento, o quizás no. Me gustaría enfocarlo en el hecho de que cuando pase esta crisis que removerá los cimientos de nuestro modelo económico y social, y tras de la cual nada será lo mismo, se abrirá un momento único que nos obligará a plantearnos hacia qué modelo queremos andar. Porque no nos engañemos, esta oportunidad/obligación de pensar en una alternativa no hubiera sido posible sin una crisis de esta magnitud. El capitalismo y el individualismo, a través de unos planteamientos que disparan al corazón de nuestra debilidad como seres humanos, nunca nos hubieran permitido quitarnos la venda de los ojos. 

Esta es la ocasión perfecta para apostar por una armonización del ser humano con los entornos que le son más próximos. Debemos generar estructuras de interacción entre las personas que sean accesibles y reales. Adaptarlas a nuestras posibilidades de mantener relaciones humanas y de calidad, es decir de verdad. A lo mejor Facebook, LinkedIn, Instagram, Twitter, Snapchat y otras tantas, siendo como son buenas herramientas, sean también el reflejo de la megalomanía de nuestros tiempos, y nos hayan hecho perder la noción de la realidad y de nuestra verdadera capacidad de relacionarnos. 

Creo que debemos reconstruir el concepto de comunidad. Recomponer comunidades vitales, como son la familia, asociaciones vecinales, profesionales… Decía Ortega y Gasset que “la España del futuro ha de ser esto: comunidad o no será”. Y al mismo tiempo, como decía Emmanuel Mounier, evitar “una dictadura de los tecnócratas, tanto de derecha como de izquierda, que olvidan al hombre por la organización”

Al crear esas nuevas comunidades hay que procurar deshacernos del peso del individualismo superlativo, y poner el foco no en la sociedad en cuanto tal ni el individuo egoísta, sino en la persona en relación con los demás. 

Ésta es, en mi opinión, la gran oportunidad que necesitábamos para, primero darnos cuenta del modelo un tanto inhumano que habíamos creado, y segundo ser conscientes de la necesidad de su cambio. 

 

Podríamos aprovechar esta oportunidad para construir una comunidad a la medida de la persona, conscientes de nuestras infinitas posibilidades, pero también de algunas de nuestras limitaciones. Y así finalmente, hacer algo que nos eleve y nos permita sacar lo que siempre hay de bueno hasta en lo malo, e incluso en lo peor.

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