Hispanidad, una palabra orillada en la propia España

4 virreinatos españoles en América.
4 virreinatos españoles en América.

Hispanidad, voz de profundo significado, además de eufónica. Resulta patético que desde hace demasiados años se la evite incluso en España, igual que el término Hispanoamérica. Esta última palabra se substituyó, ya desde el siglo XIX, primero tímidamente, por Latinoamérica. Aunque hay alguna controversia sobre la fecha y la autoría, lo cierto es que comenzó a tomar cuerpo a partir de la segunda mitad del XIX, cuando Francia intentó meter baza en Méjico a través del infortunado Maximiliano, que acabó fusilado en Querétaro (1867).

Un paréntesis: también con cierta controversia, viene de nuestro vecino norteño la despectiva frase “África empieza en los Pirineos.” La verdad es que el resto de Europa Occidental y parte de la Central deberían besarnos el trasero, pues las salvamos del islam primero en España y después, en 1571, en el Golfo de Lepanto, por la decisiva participación española en la Liga Santa. Es decir, en aguas de una Grecia martirizada por la sangrienta tiranía de los turcos otomanos y que no alcanzaría su definitiva independencia hasta 1832, pues hubo orden de no aprovechar la victoria yendo hasta Constantinopla (Estambul).

Antes de proseguir, considero pertinente aclarar que, tras el descubrimiento, en la conquista y evangelización de “Las Indias de Castilla” hubo una parte oscura, como la hubo en todas las conquistas que registra la Historia. No se trata de abandonar las gafas negras de la leyenda del mismo color para calarse las rosas. Y no lo digo a modo de muletilla exculpatoria, como hacen muchos. Los amerindios sufrieron grandes violencias, pero Las Casas, a quien no se debe denostar de buenas a primeras, hiberbolizó la cifra de muertos hasta extremos delirantes, máxime cuando su célebre “Brevísima relación de la destruición (así escrito) de las Indias” se imprimió en 1542. He leído el libro y resulta que la relación tiene  poco de brevísima.

Entre otros muchos, Jacques Chirac, presidente francés (1995-2007), dijo que América fue descubierta por los vikingos. El caso era y es reducir a simple anécdota el papel estelar español en la Historia de la Humanidad, quizá por envidia. ¡Y fue condecorado con el Collar de la Orden de Isabel la Católica en 1999 y con el de Carlos III en 2006! Yo podría afirmar que hay quienes creen que la descubrieron los egipcios hace tres mil años, e incluso que fueron los alienígenas, por ciertas extrañas marcas sitas en Perú y Bolivia. ¡Pamplinas! La de los vikingos fue una efímera aventura sin transcendencia posterior. Y las de los egipcios y alienígenas, meras especulaciones y, como tales, sin base histórica. Braudel (1902-1985), gran historiador ¡francés! se refirió en alguna ocasión a  América como “Las Indias de Castilla.”

Aquí veo necesario aclarar que cuando de habla de Castilla en términos históricos hay que entenderla como extensiva a toda España, desde Gibraltar (sí) hasta Irún, excepto los territorios hispánicos de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares). ¿Y Navarra? A poco de su conquista por el II Duque de Alba (1512) fue incorporada a la Corona de Castilla; eso sí, conservando sus particularidades, a las que tan afectos fueron y son los navarros de ayer y de hoy. Algo que no les impide, salvedades aparte, considerar su navarrismo y españolismo como partes indisolubles de su identidad.

El continente debería haber recibido el nombre de Colombia o, más propiamente, Nueva España. Esta última denominación quedó para Méjico, pero un Méjico muchísimo más extenso que el azteca. Efectivamente, el Virreinato de La Nueva España llegó incluso a internarse un poco en el Canadá con la cesión francesa de la enorme  Luisiana de entonces, entre 1763 y 1803, ocupando, grosso modo, casi el 80% de los ACTUALES EEUU, abstracción hecha de Alaska, comprada a Rusia en 1867. Jamás Inglaterra (luego Reino Unido) ocupó, ni de lejos, semejante extensión.

El espurio indigenismo de los criollos (descendientes de españoles), hoy en boga, especialmente en Méjico con motivo del segundo centenario de su independencia es eso, espurio, de boquilla. Incluso perdida la Luisiana francesa, el Méjico legado por los españoles en 1821 tenía casi cinco millones de kilómetros cuadrados y, no en cinco décadas, como he escuchado en una radio, sino en menos de treinta años perdió más de la mitad de su territorio (tratado de Guadalupe Hidalgo, 1848) en favor de los EEUU: Alta California, Arizona, Nevada, Utah, Nuevo Méjico, Colorado, Tejas y partes de otros estados. La puntilla, en 1853, con la cesión de una zona de extensión similar a la de Andalucía. Total: hoy no llega a 2 millones de kilómetros cuadrados. Es lo que se conoce como mesoamericanización de Méjico, la conversión de ese país hermano en poco más que un territorio centroamericano. Señor López Obrador, dedíquese a arreglar la terrible delincuencia que asola su país, ejercida sobretodo contra las mujeres, y a liberar a los mejicanos de su extrema pobreza.

Por las razones que sean unas pocas naciones han navegado viento en popa (nunca mejor el símil) en determinados momentos históricos, destacando sobre las demás, como si una especie de estro  divino o humano hubiera preñado sus velas: así sucedió con el pueblo español en su día. Y no hay que restar importancia a un hecho que, a la postre, ha sido el más transcendental en la Historia de la Humanidad.

Lo acaecido a partir del 12 de octubre de 1492, para bien y para mal, no tiene vuelta de hoja. Somos el español y el americano pueblos tan lejanos en la geografía como cercanos en el sentimiento de pertenencia a una misma comunidad de sangre mezclada, lengua, religión y otros aspectos. Esto es lo que debe guiar nuestra presente y futura relación.

 

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