La huella de un Santo

Cuantas veces supone una gran satisfacción, conocer, tratar y convivir con personas que demuestran su capacidad e interés por agradar y resolver problemas que benefician a otras.

Son esos buenos empresarios, profesores, médicos, abogados etc.… que con su estudio y dedicación se ganan la confianza de los que acuden a ellos.

Así la confrontación con la realidad, de encontrar personas que viven en la fidelidad del cumplimiento de esa profesión que libremente escogieron llenan de confianza a quienes les tratan.

Es un lujo para los que tienen la suerte de convivir con ellos. A veces surge la picaresca, las zancadillas y otros enfrentamientos. Pero yo quisiera irme por el terreno de la confianza y el optimismo.

Por eso considero un lujo, haber conocido a personas que nacieron en el siglo XX, pero su estela tiene claridad luminosa que asciende a los tiempos actuales.

Nosotros conocimos, a una persona de esa talla, con la suerte y la oportunidad, de compartir conversación rápida, sentir su mirada fija y su alegría espontánea. Tenía un algo especial, ya se notaba en él ese halo de santidad que años más tarde la Iglesia confirmaría.

Siguiendo el proceso que la Iglesia Católica exige, su canonización en la Plaza de San Pedro de Roma fue aquel inolvidable 6 de octubre del año 2002.

Cuando le conocimos en aquellas fechas del año 1972, era solo el Fundador del Opus Dei. Haciendo referencia a su fundación solía decir: “Tenía 26 años, la gracia de Dios, buen humor y nada más y tenía que hacer el Opus Dei y lo hizo aun contra corriente. Tuvo la incomprensión de los buenos, a la calumnia se unió la persecución, la difamación y la injuria de todo tipo. Recitaba con humildad y confianza, llenando de ilusión a aquellos primeros jóvenes que le seguían: “Soñad y os quedareis cortos”.

Rezaba y hacia rezar, se mortificaba y pedía a los enfermos de los Hospitales de Madrid que ofrecieran sus dolores, trabajaba y hacia trabajar. Un día ante tanta presión se enfrentó con el Señor y entregándose le dijo: “Señor si Tú no quieres mi honra, ¿yo para que la quiero?”, y desde ese momento encontró la paz para seguir adelante.

 

Y se fue escribiendo la historia de la Obra.

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