La inapetencia de los políticos

Y ni siquiera en el momento de la despedida de algunos de sus pretorianos es capaz de dejar a un lado la zafia mezquindad ideológica. Zapatero no tiene arrestos suficientes para contemplar la realidad con los ojos abiertos, extremadamente abiertos, con la mente serena, con la boca cerrada. Su opulencia mediática es superior a la realidad que azota a su pueblo, a sus votantes. Se contenta con contentar. El clientelismo cultural (¿eso es cultura?), y la recuperación de los viejos dinosaurios del sanedrín felipista. Eso es todo. Así se hace un cambio patentado por Lampedusa.

 Zapatero ya no controla el partido, pero tampoco controla los tiempos de una crisis ejecutiva que ha disparado las alarmas ante su ineficacia como prestidigitador. Porque ayer sí creíamos que era un mago espléndido, pero hoy, hecha la luz del día después, descubrimos al timador que ni siquiera maneja los movimientos de los títeres.

 La marcha de Solbes no es buena para nadie, como tampoco era buena su presencia en un gobierno mentiroso. La llegada de Manuel, el que perteneció al clan de la tortilla, es sólo el reflejo de una muerte anunciada, la del zapaterismo, pero también la certificación de que los ogros del Gonzalismo no dejan de intervenir en los entresijos del poder.

 Nada de nada. Todo igual. En una espiral de putrefacta inapetencia.

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